sábado, 3 de agosto de 2024

Más que palabras



            Leyendo El maestro iluminador, leo lo siguiente: “...por eso una anacoreta se llama anacoreta y está anclada bajo una iglesia como un áncora bajo el casco de un barco..." Y sigo sin entender eso de por eso una anacoreta se llama anacoreta porque, además, el texto previo tampoco me explica el detalle. Toca análisis del texto, de esos que me llevan, a veces, más tiempo del que invierto en la propia lectura. 

            Y empiezo. Una anacoreta vive aislada y dedicada a la meditación y a la penitencia. ¿Me explica esto su nombre o solo me dice a lo que vive anclada? 

            Y sigo. Anchores, del inglés, anacoreta. Anchor, del inglés, anclar. Y me ilumino como el maestro que dibuja maravillas a los márgenes de las páginas para ilustrar el texto. Me sigo sorprendiendo del poder de las palabras, me fascina este poder. Adoro entender y, sobre todo, adoro seguir sorprendiéndome todavía, de que aprender otra lengua, incluso aprender la propia lengua, no es solo una traducción literal de palabras que encadenen una frase con aparente significado. Aprender, es entender, comprender, interpretar y llevar el mensaje de una lengua a otra sin que pierda el sentido con el que fue creado.

            Entendí el juego de palabras yéndome al idioma original y me sentí orgullosa de este logro. Porque, al final, a pesar de la barrera idiomática, LA PALABRA es universal.

sábado, 13 de julio de 2024

Yo pensaba que sí, pero no

 


     Y cuando pensaba que iba a romper a llorar, que se desmoronaba tras abrir su corazón a las confesiones de su enfermedad, se sacó una teta y me enseñó sin tapujos la masacre, según ella, que habían hecho extirpándole el pezón.

      - Un globo, igual, como un globo blanco es  esta teta sin botón.

      Y con esa imagen abandoné el zaguán y me metí en casa. Con esa visión de la vida, reducida a un globo blanco sin botón, rumié toda la tarde la idea insistente de volver al piso de abajo y preguntarle por qué no estaba contenta, por qué no se conformaba si la realidad podía haber sido más dura y en vez de un globo podía no haber tenido ninguno. Pero no, no fui. Solo rumié y me tragué el bolo que se me atragantó porque no era mi teta, no era mi pezón y no era mi angustia. A mí ahora solo me asusta que mañana decida enseñarme más partes de su anatomía.


        Yudeyna Santana


Marilú del revés. Viaje al pasado.






    Marilú ha cambiado el negro de su pelo por un amarillo pollo desgastado de tanto sol, seco como varillas de escoba de bruja que pica nada más verlo. Una maraña piojosa que duele mirar y que más apetece arrancar como hierba mala que intentar peinarla a jalones desdentando peines y perdiendo quilos de paciencia en la tarea.

    La vi rascarse el bajoteta y olerse el dedo sin pudores, rascarse el sobaco y olerse el dedo sin amagos de asco. La vi hacer parada del olfato al tacto sacándose un moco y hacer bola con él como quien moldea plastilina, aplastarlo y pegarlo en el banco apretando con el dedo (más valdría que se lo cortaran) y dejarlo como regalo para el siguiente ocupante. La vi reírse sola pensando, tal vez, en el culo que se llevaría el moco pegado o, quizás, solo se reía por el bello acto de hacerlo sin más.

    No quise ahondar más en los imposibles porqués de aquella imagen que por ningún poro me devolvía a mi amiga de la infancia. Aparté los ojos porque me dolía el alma, evité el recuerdo porque escocía más aún y comprobé de nuevo cómo las esperanzas son volátiles, que las personas somos volubles y que las cabezas, aunque pegadas a los hombros, cuando deciden volar lejos y sin billete de vuelta, no hay recuerdo fuerte que las ate de nuevo al cuerpo, a la realidad ni al tiempo.

    De ella no quedaba ya ni la cáscara de lo que un día fue. Su ayer estaba ahora tan lejos de mí que ni agarrando sus manos pegajosas de mocos logré sentirla. Hasta su voz sonó a eco lejano, de otro planeta, más lejos aún que el pasado. 

    Adiós, le dije. Y me despedí otras tantas veces más; una por cada vez que la olvidé, una vez por cada vez que la recordé y no la busqué.


Yudeyna Santana


Sambito

 Daba brinquitos en la silla como quien tiene una almorrana doliente, picona, sangrona y no puede mantener el culo quieto ni posado mucho rato. Pero no, él solo era desinquieto, como decía mi abuela. De toda la vida el crío ha tenido seguidillas pegaditas al culo y no para quieto, por eso lo llamamos Sambito.

Sambito, ven. Sambito, vuelve. Sambito, para quieto, coño. Sambito, mañana vamos a ca Don Juan, el Mago, a ver si tienes lombrices. Sambito, haz lo que te dé la gana, mijo. Total, así caes rendido por la noche.

Pero al jodío chiquillo no se le acababa la pila ni durmiendo y más de una y tres veces lo tuvieron que recoger del piso, estampadito contra la alfombra que amortiguaba los golpes, a Dios gracias y sin servicios sociales mediante, y sin que el bendito se enterara de nada en medio del sueño trancado bajo siete llaves. Por eso acabaron poniendo un tablón de madera a la cama para que hiciera de barrera de contención, como a los toros en el redil, para que Sambito no se matase solito en mitad de la noche con tanto brinco enajenado.

Luego, con el tiempo, le descubrieron que los brincos eran más bien convulsiones por unas fiebres que se manifestaban sin calenturas ni nada. Pero la abuela dijo que ni hablar, que las fiebres sin calenturas eran cosas del Diablo para que atontaran al chiquillo con medicinas y olvidaran a Dios Padre. Por eso ella mandó llamar al padre Jeremías y le pidió, por cien duros, unos rezados buenos para espantar malas cosas, agua bendita a granel y cuatro misas porque para el exorcismo ya no le llegaba.

Al quinto día de rezos y baños benditos el niño mejoró y ya no se estampaba en el piso ni se sacudía como las maracas y ella sintió bien invertido sus duros, así que mandó tirar los antibióticos del demonio (que su hija administraba a escondidas), porque ella cosas de brujas no toleraba en su casa, Sucristobendito.


Yudeyna Santana

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