Leyendo El maestro iluminador, leo lo siguiente: “...por eso una anacoreta se llama anacoreta y está anclada bajo una iglesia como un áncora bajo el casco de un barco..." Y sigo sin entender eso de por eso una anacoreta se llama anacoreta porque, además, el texto previo tampoco me explica el detalle. Toca análisis del texto, de esos que me llevan, a veces, más tiempo del que invierto en la propia lectura.
Y empiezo. Una anacoreta vive aislada y dedicada a la meditación y a la penitencia. ¿Me explica esto su nombre o solo me dice a lo que vive anclada?
Y sigo. Anchores, del inglés, anacoreta. Anchor, del inglés, anclar. Y me ilumino como el maestro que dibuja maravillas a los márgenes de las páginas para ilustrar el texto. Me sigo sorprendiendo del poder de las palabras, me fascina este poder. Adoro entender y, sobre todo, adoro seguir sorprendiéndome todavía, de que aprender otra lengua, incluso aprender la propia lengua, no es solo una traducción literal de palabras que encadenen una frase con aparente significado. Aprender, es entender, comprender, interpretar y llevar el mensaje de una lengua a otra sin que pierda el sentido con el que fue creado.
Entendí el juego de palabras yéndome al idioma original y me sentí orgullosa de este logro. Porque, al final, a pesar de la barrera idiomática, LA PALABRA es universal.