martes, 14 de junio de 2022

Tesoros

 



Soy de las nuevas incorporaciones de Labrantes de la Palabra, también de las más jóvenes, por tanto, de las que más tiene que aprender.

Desde mi butaca escucho atenta los cuentos, historias, romances, anécdotas y las mil maravillas con las que nos deleita cada integrante. Cada quien tiene su propia voz, cada recuerdo una historia y tener el privilegio de oírlas es algo que guardo como un tesoro. Pero, a diferencia de los tesoros que se guardan en cajones para que nadie sepa de ellos, a mí me gusta presumir del mío.

Venir cada jueves a Labrantes no es un mero trámite, no es una tarea ni siquiera una obligación. Acceder a la biblioteca de Arucas todas las semanas para encontrarme con ellos es adentrarme con cada persona en un universo, es una suerte de la que me jacto y a la que echo en falta cuando no puedo estar. Porque

a mi familia de Labrantes

la llevo en el corazón.

En ellos vi una pasión

que no conocí antes.

Amor, compromiso y entrega

por los cuentos ambulantes.

Familia, cariño y unión

por las cosas importantes.

Hace poco tuve la suerte de que me hicieran un hueco en el espacio de radio “Cuentos al aire” donde cada jueves los Labrantes de la Palabra, bajo la atenta mirada de Luis Socorro, lanzan cuentos para los oídos radiofónicos. En este hueco pude charlar con Yeray Rodríguez, escucharlo hablar sobre tradición, versos, cuentos, oralidad y de lo importante que es la escucha a los mayores para asentar unas bases, una transición natural de la vida a través de las palabras. Con su frase “la tradición no es estática, está viva y esperándonos” volví a mi infancia y rescaté el recuerdo de mi tío Adolfo con su libreta y su boli yendo al fin del mundo a rescatar historias contadas directamente por boca de las personas que las habían vivido, presenciado o escuchado porque, “si ahí está la historia, ahí es a donde tengo que ir”, decía. Oí clara su voz cautivadora que, a través de las ondas, pero sobre todo en persona, era capaz de atraparte con el hilo de una historia y dibujarte las imágenes más perfectas con sus palabras. A mis oídos de niña llegaban historias reales de todos los lugares, alimentando una imaginación viva, una inventiva sedienta que bebía cada letra con asombro. Luego, al leerlas en el papel, aquellas historias quedaban fijadas para el mundo, pero su voz, el eco de contar, quedaba grabado en mí.

Comencé a escribir casi por intuición, por anhelo y como desahogo y no aspiré a hacerlo ni mejor ni peor, solo quería plasmar lo que ocurría, que el papel se empapara de la tinta de lo que mis ojos veían y mis oídos escuchaban. Buscaba mi propio eco, el poder de la palabra que ya me tenía atrapada. Siempre me fascinó la forma de contar de Adolfo y puedo decir a boca llena que me mueve, como a él, el ansia de ir detrás de historias contadas de viva voz por quien las ha vivido y sentido. No puedo compararme ni acercarme a su forma de escribir porque era única, un sello personal con el que rubricaba cada crónica, pero a mí me sigue fascinando así que releo y me deleito imaginando en cómo serían aquellas entrevistas y encuentros con los protagonistas.

Lo que sí tuvimos en común mi tío y yo fue a mi abuela Juana. Una mujer inteligente, adelantada a su tiempo y, tal vez, atrapada por la coyuntura social que le tocó vivir. De haber podido estudiar, me la imagino siendo reportera, como su hijo, buscando, recopilando y regalando historias. Porque ella, desde pequeños, nos llenó de cuentos, de refranes, de poemas y romances, nos colmó de palabras dándoles vida, sentido y verdad. Ella, que cosía, cocinaba, criaba y trabajaba sin dejar de cantar o recitar, trajo a nuestras vidas la palabra contada, nos regaló un poder del que, solo de mayor y desde mi butaca de Labrantes de la Palabra, he sido consciente.

Vuelvo a parafrasear a Yeray Rodríguez cuando dice que “la tradición ya no pasa de forma natural de padres a hijos, que hay que buscar nuevas fórmulas que se adapten a los tiempos para que pueda llegar a las nuevas generaciones” y me siento nuevamente afortunada del poder que me dieron mi abuela, mi tío, mi familia en general. Soy consciente de la nueva oportunidad que se prolonga con los Labrantes de la Palabra y de la responsibilidad que me impongo para perpetuarla y que otros puedan ser también poderosos, ricos, tesoreros de nuestro acervo y protectores conscientes de los tesoros vivos que deben salir de los cajones.

Puedo llegar a comprender a quien no entienda de esta pasión mía, y puedo incluso dejar pasar, como agua que corre río abajo, pensamientos en voz alta que puedan resultar hirientes. Lo que no es perdonable, bajo ninguno de mis conceptos, es el olvido por desgana, el abandono por desidia, la ceguera impuesta por vendas modernas invisibles y la sordera ante el recuerdo, la memoria y la tradición que, a fin de cuentas, son los que nos han traído hasta aquí tejiendo una red que nos une como pueblo. El respeto es demasiado bonito como para dejar la red desgastada por el olvido y que nada perdure, que todo sea efímero.

Y todas estas palabras son solo eso, palabras, pero yo las veo reflejadas cada semana en cada Labrante de la Palabra y las recuerdo fieles en el rostro de mis abuelas Juana y Carmen, de mis viejitos Blas y Manolo.

Por ello, por ellos y también por ti, abraza, valora, escucha y aprende de los tesoros vivos que te rodean porque eres rico y aún no lo sabes. Descubre, pues, tus riquezas.


Una tierra sin tradición fuerte, sin atmósfera poética, sufre la amenaza de un difumino fatal. Es como las palabras de significación anémica, insustanciales, que llevan en su equipaje pobre -inexpresivo- las raíces de su desaparición.

Agustín Espinosa. Lancelot 28°7°.

martes, 7 de junio de 2022

No tendrás la suerte.

No tendrás la suerte de ver en tu lista la causa de mi muerte.

No tendrás el poder de decidir por mi vida. Si vivo o si muero, llegará con el destino, como se debe y está escrito.

Vida y Muerte son hermanas, van de la mano, aunque a veces se enfadan. Muerte persigue a Vida y atormenta sus sueños, queriendo atraparla y llevarla de compaña. 

Vida no la complace y huye a la carrera, dejando atrás su razón de ser verdadera: vivir sabiendo que vives, no a contrarreloj, sino huyendo, escapando de su hermana llena de ira y rencor.

¿Y quieres tú, simple mortal, compararte a las hermanas? Tú, que caminas sobre la soberbia, pisas sobre zapatos ligeros de razón, y que juzgas con ligereza.

No. No tendrás la suerte de ver en tu lista la causa de mi muerte.

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...