sábado, 24 de abril de 2021

Verano azul en Cueva Laya

            El Sobao, el Sahumerio y el Teta forman una pequeña banda que, en el verano de 1986, no necesitaban de nombres y apellidos para que todo el mundo supiese que quién se hablaba. Juntos o por separado, las aventuras estaban aseguradas y, con diez años y todo el verano por delante, había que poner las bicicletas a punto.

            La carrera empieza en la montaña de Majadaciega y, a todo lo que dan las piernas, pedalean dejando tras ellos una nube de polvo. No hay miedo de tropezar y acabar pulidos si caen en el terreguero. Lo importante es llegar a Cueva Laya, darse un margullo y volver a casa a tiempo para el almuerzo.

            El Sobao va en cabeza, melena al viento y disfrutando de la velocidad recorriendo el camino de tierra, ajeno a la trifulca que estaba a punto de comenzar a su espalda. El Sahumerio se ve apurado; intenta adelantar al Teta pero le cuesta. Lo mejor que se le ocurre es sacar la pierna y tocar un poco la rueda de la bici de su amigo que desequilibra y cae al suelo. Suerte que las paredes de malla del invernadero frenan la caída y todo queda en mero susto.

            “Sahumerio, como te trinque, te escacho la cabeza con un tenique”.

            El Teta grita poniéndose en pie, coge la bici del suelo y vuelve a la carrera por aquel pasillo entre la marea de invernaderos que cubren el barranco y desembocan en la playa. Sahumerio ríe por la trastada sabiéndose impune, seguro de que las amenazas quedarán en palabras. Como mucho, la venganza vendrá como ahogadura cuando entren a margullar.

            El calor es intenso este mes de junio. Ya se nota la brisa del mar y Sahumerio cierra los ojos un segundo, levanta los brazos y se deja llevar disfrutando de aquella sensación de libertad. Algo le golpea en la cara, cae al suelo y solo escucha la risa del Sobao que se acerca peligrosamente con un montón de tomates maduros en las manos comenzando una lucha épica.

            “Teta, date prisa que solo pude coger unos cuantos tomates”.

            Ya está. Dos tomatazos después, la revancha termina y la deuda está pagada con los tomates cogidos en préstamo de uno de los invernaderos. Ya pueden seguir, tan amigos como siempre, a darse el baño.

            Tiran las bicis en los callaos y corren mientras se quitan la ropa que cae en la arena. Entran al agua rápido, sin parar, buscando sofocar el calor y, de paso, quitar los restos de tomate.

            Se les ha hecho tarde, así que el camino de vuelta cuesta arriba deben hacerlo en tiempo récord. Mañana les espera otra carrera a la playa.

            30 años después, recorro el mismo camino que la banda y Tony me cuenta estos recuerdos. Trato de imaginar la escena, cierro los ojos, abro la ventanilla del coche y dejo que el viento me de en la cara. Se siente la brisa del mar. Bahía de Formas la llaman ahora y acoge a un montón de windsurfistas cuyas tablas descansan sobre los callaos. El camino, descuidado, me muestra los esqueletos de los invernaderos y, donde antes abundaban las cucañas, ahora se alzan numerosos molinos modernos. Sin embargo, el relato es tan vívido, que yo aún puedo ver y oír a los chiquillos a toda carrera. La risa lejana de una niña pequeña en la playa me devuelve al ahora con imagen en sepia, como atrapada entre el hoy y el ayer.

            Por mucho que cambie el paisaje, es una suerte que aún queden los recuerdos que formaron parte de uno. Esos nunca cambian; nos ayudan, desde la perspectiva del cambio, a valorar, corregir, sopesar, elegir. Nos ayudan a volver a lo que uno es.

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...