Juan Ramírez, artesano del tiempo.
Que me dice Juanito que él de joven quería estudiar, pero que le tocó trabajar. No obstante, no perdía nunca la oportunidad de aprender hilo por pabilo todo lo que le contaban cada uno de los libros que caían en sus manos. Por eso, un poco para calmar esas ansias de aprender y otro poco para ganar un extra, daba clases por las tardes a pequeños y mayores después de acabar sus labores como listero en el Berriel.
Y como el pabilo, ese hilo grueso que sirve para tejer, entre otras cosas, alpargatas, él iba tejiendo su saber con hilo fuerte de lecturas y vivencias dentro y fuera de su Santa Lucía natal. Experiencias que me cuenta con una claridad absoluta, como si cada recuerdo estuviese delante de nosotros en ese momento. Y así me los trae al presente; claritos, con nitidez y con un brillo de emoción en una mirada que ya ha visto 93 primaveras.
Y todo me lo habla desde su silla, en su taller, sin dejar de mirarme y retorciendo entre sus dedos las tiras de palma que, poco a poco, se van convirtiendo en las tomizas que agarrarán con fuerza las varas de junco entre sí y crear, al fin, una zaranda que viajará hasta Lanzarote. No puedo dejar de mirarlo mientras habla y trabaja con brío porque "el trabajo hay que acabarlo, mi niña, pero mientras uno siga moviendo las manos no hay problema en seguir hablando mientras tanto". Y se sonríe al decirlo porque es que a él le gusta hablar, recordar y revivir tanto como a mí escucharlo.
Así me lleva a su época en los tomateros de Balos. "Entre los kilos de tomates que no se contaban al peso y los que daban por verdes o maduros, yo había veces que pensaba que me quedaba a deber. Bien de cosas por las que se pasaban antes y uno tenía que callarse. Ay, si yo te contara, es que si yo te contara, hoy no se quejaría tanto la gente. Porque uno hoy abre la nevera y podrá tener más o menos, pero va al supermercado ¿verdad? ¡Pero es que antes ni nevera había, muchacha! Y estas cosas los jóvenes deben conocerlas para que aprecien lo que tienen".
O me lleva a un tiempo más antiguo y a un lugar para los modernos ahora desconocido. "Mira, ahí había una fuente, la Fuente de las Damas, y se oían de cosas ahí... Dicen que cosas de brujas, pero para mí que no era más que una fuente normal como cualquier otra solo que las mujeres iban a bañarse allí y a coger agua". Mientras trato de hacerme una idea del camino que me traza para llegar a la fuente por un antiguo veredo, él no deja de hacer tomizas, así que recuerdo su libro "Las manos que tejen arte" donde su imagen en la portada es tal cual la veo ahora frente a mí, trabajando, y no puedo evitar pensar que, además, su memoria es el pabilo que teje la historia de Santa Lucía, la tomiza que une los recuerdos a la gente, a la tierra.
Gracias, Juanito, por sus ratos amenos, por sus recuerdos y por el precioso taño que ya está en mi casa.
Qé bonito Yudy!!!!
ResponderEliminarGracias❤️
EliminarNo dejes nunca de rescatar estás historias con la magia que lo haces 👏👏
ResponderEliminarMientras me dejen, ahí seguiré ❤️
EliminarEs un relato sereno y amable. No conozco al señor pero me lo imagino asi, sereno amable. Tanto tesoro que no se pudo aprovechar por la falta de oportunidad y aún así sus logros son grandes.
EliminarGracias, María. Así mismito es, sereno y amable.
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