sábado, 28 de noviembre de 2020

A Teresita le baila un ojo

 



        Marilú llegó de casa de su tía Teresita algo nerviosa, desarretá como ella decía. Yo no quise     preguntarle mucho porque ella siempre me insistía en que cuando estaba desinquieta lo menos     que quería era que la agobiaran, que ella se las mascaba solita. Así que yo la dejé que rumiara       bien lo que traía en el buche hasta que pudiera tragarlo, digerirlo y echarlo fuera.

- A Teresita le baila un ojo.

- ¿Qué dices, muchacha?.

- Tal como te lo digo, mija. La conga le baila dentro de la cuenca, no para quieto un instante; es como pilético ¡Cosa más rara no ha visto yo nunca!.

Yo trataba de imaginar aquel ojo saltón, dando brincos como loco, queriendo escapar de allí hacia otros lugares de más ver. Al cerebro, pensaba yo que quizás quisiera irse, por eso de ahondar en los pensamientos y verlos tal cual pasaban por la testa en el mismo instante del nacimiento. Pero Marilú me sacó de mi error, de mi exceso de imaginación, abofeteándome una vez más con su derroche de realismo rural.

- Mija, es que pa lo que tiene que ver, bien entiendo que ese ojo quiera salirse del tiesto.

Entendí el mensaje, pero no me dio la gana cambiar mi parecer y seguí imaginando el viaje de aquel ojo negro, velado ya por las cataratas, y cambié su rumbo. Viajaba ahora en busca de otras miras extranjeras, más allá de la frontera que le había oprimido tantos años. Erraba con el ansia de dejar atrás la monótona visión de su día a día y conocer otros colores con todos sus matices y absorber hasta la última gota de luz que la nueva libertad le daba.

- Ay, mija, una pena que me dio verla así. Pero es que no puedo mirarla cuando me habla porque, a ver, ¿pa dónde miro, pal ojo bueno o pal escapista?. No, no, mejor la escucho mientras hago faena, que si me llega a trincar con la vista en el ojo pilético, me está dando macanazos hasta el día del Juicio.

Y a mí me dio por pensar en lo feliz que sería Teresita con su ojo viajero de vuelta a su casa de toda la vida, después de haber visto todo lo que ella no pudo. 

Como en casa no se está en ningún otro sitio, bien es verdad, por eso sabe a gloria bendita volver, sin importar las veces que te vayas a explorar. Aprender y volver, como el ojo que todo lo quiere ver.

jueves, 5 de noviembre de 2020

La chola voladora


La chola voladora estaba controlada por la mente, pero no cualquier mente podía dirigirla.
Solo las madres sabían llevarla en la dirección correcta y a la velocidad justa para que el impacto contra el objetivo fuese eficaz. Podía incluso, si era preciso, doblar las esquinas e impactar con escaso margen de error causando el efecto deseado: un cholazo a tiempo de
extinguir conductas inaceptables aun cuando éstas solo habían asomado a la superficie; un cholazo picón, duradero y cargado de educación y filosofía.
La chola voladora no es producto de mi imaginación ni es una invención para la ciencia ficción; fue real, lo juro. Y,  como yo, lo jurarán generaciones enteras que vieron volar la chola directa a ellos sin poder hacer nada para evitarla.
En ocasiones, se echa de menos su presencia. Sobre todo en conductas y en seres que, por alguna extraña razón, hay que llamar personas, pero que a distancia se nota que nunca recibieron la educativa caricia de la chola voladora. Qué lástima, de verdad.

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...