De pequeña creía que el mejor juguete del mundo sería una máquina del tiempo; un aparato que me transportara a cualquier época y me permitiese conocer a quien yo quisiera.
Mientras esperaba a que alguien inventara tal artilugio, con más imaginación que recursos, me pasaba las tardes muertas entrando en las cabinas telefónicas y marcando en el teclado la fecha elegida. Al salir de allí no estaba donde ni cuando yo quería, pero oiga, ganas le ponía y si era por falta de detalles, los roperos de mis abuelas estaban llenos de misterios de otras eras. Con una sábana me hice una bata de cola y me convertí en Lola Flores, con un vestido y los zapatos de domingo de Tata fui una de las Chicas del Cable y con un saco de papas una india americana.
Y fíjense que con el pasar de los años me vino aquello del pudor y la vergüenza de andar saliendo de las cabinas como Superman y me dio por sentarme, preguntar, escuchar y alegar con mis mayores. Pensé, "esta cosa mía de querer ir siempre atrás en el tiempo igual no se me quita nunca y esto del invento de la maquinita se está retrasando, mejor, digo yo, busco consejo desde la experiencia". Y, oigan, ha sido un no parar, porque tuve todo el rato delante de mí el invento más perfecto para viajar a otras épocas: la memoria.
Hoy viajé a un Carrizal lleno de vida, repleto de gente trabajadora, de oficios que ya no se ven, de fiestas que muchos recuerdan pero que ya no se bailan. Sin moverme de la silla, la memoria de Chano Sánchez me llevó por el casco del pueblo calle arriba y me trajo del recuerdo a gente que me acompañó en el recorrido y me llevaron de la mano a través de su relato a moler gofio en el molino y pagar la maquila después de tremendos sudores descargando sacos y sacos de millo recién llegados de los silos del puerto. Uy, qué fatiguitas, así que enfilé recto a la tienda de Pinito a comprar un alguito, que ya ella se lo apunta a mi abuela en la libreta y seguí, sin tino ni aliento, y me vi subiendo la destartalada escalera que daba a la barbería del callejón del salón parroquial.
Andrea asiente, matiza, refuerza el recuerdo y se une al viaje con una maleta cargada de anécdotas. Aquí hice una parada para estacar la burra en el majano de al lado de casa de abuelita Rosario y me senté a rumiar bien aquella imagen que en nada se parecía a lo que toda la vida conocí como el bar de Domingo. Y en lo que descansaba y me hacía una idea de la estampa de la época, va surgiendo el patio aledaño donde estaba la talla siempre llena de agua fresca, la casa vieja, la cama de abuelita... Vean, como una epifanía, la casa de mi bisabuela se me antojó hoy como un viaje en el tiempo que me llevó, nada más y nada menos, a acompañar a Chanito Sánchez y a mi abuelo Blas hasta Cazadores con el ganado, ahí es nada. Yo llegué fatigadita perdida a Cazadores, y como había que turnarse para bajar a Carrizal a por provisiones, les pedí el favor de ser la última para descansar un poco más; que a una le gusta esto de andar entre épocas, pero las cosas como son, no está hecha a las fatiguitas y los trabajos que se pasaban.
Les brilla la mirada, se les ilumina la cara y reímos a carcajadas porque la memoria nos lleva, sobre todo, a hacer un viaje al interior de nosotros mismos que revitaliza. Dejamos el relato en la Hoya, justo después de hablar de don José Serrano y su escuela y aquí será, tomándoles por la palabra, donde comencemos el próximo viaje al Carrizal de sus recuerdos.
Gracias, Chano y Andrea, por los recuerdos, por las historias y por su cariño.
Gracias Yudy, porque a través de tus palabras puedo ver esos momentos y lugares sin necesitar la máquina del tiempo 🥰
ResponderEliminarGracias a ti por leerlos y vivirlos conmigo❤️
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