miércoles, 21 de julio de 2021

Abuelo, ¿y esa cueva?

 

 

 

Desde pequeña he sido curiosa, muy curiosa. Siempre he tenido un por qué en la boca y, en momentos en los que no podía, en mi mente para luego. No soy fácil de contentar con respuestas rápidas; mi curiosidad exige explicaciones, detalles y todo tipo de aclaraciones. Por eso no era extraño que alguien, intuyendo mi batería de preguntas, me diese esquinazo bien por desconociemiento de los temas o bien por jartera, simplemente.

En esta época de mi infancia de la que te voy a hablar, nos preparamos para subir a Guayadeque a pasar el día de los Fianos. Mi abuela y mis tías ya han ido al cementerio, mi abuelo ha hecho la jornada más corta en los animales y mi madre ya nos tiene alistados para salir hacia el barranco en cuanto estemos todos. Recuerdo que hace ya unos años que pasamos este día de esta manera y en el mismo lugar y, como no podía ser menos, pregunté por qué. “¿Por qué siempre vamos a Guayadeque? Pues porque siempre ha sido así”. Y con esa me quedé.

Recuerdo a mi abuela cortando el queso hecho la tarde anterior, a mis tías poniendo las papas, el bizcocho y las aceitunas en platos, a mis tíos preparando las brasas y a mi abuelo recostado al pie de un árbol con las manos en la nuca haciendo de almohada. Los chiquillos nos hemos ido a la acequia a remojarnos, a jugar con las cañas a que somos los mejores espadachines del mundo, menos mi hermano que dice que él es el Rey Guanche y por poco se desrisca intentando bajar las rocas con la caña. Yo estoy sentada en el borde de la acequia mirando la montaña, los huecos que hay en ella, la vida que crece a lo largo y ancho del barranco y embelesada con el rumor del agua.

      • ¿Tú no te mojas, mi niña?- Es mi abuelo, sigiloso siempre.

      • No, abuelo, aún no. estoy mirando la montaña. Abuelo, ¿vive gente aquí?.

      • Claro, mi niña. No vive tanta gente como antes, pero sí que quedan. A la gente joven no le gusta el campo y se han ido a otros sitios con los trabajos modernos.

      • Abuelo, a mí me gusta el campo y me gustan las cuevas y me encanta el agua fresquita corriendo por el barranco.

      • Ay, mi niña, y esto no es nada. Antes no había acequía y el agua corría por el barranco libre que daba gusto. Por esa época sí que vivía más gente aquí, se les veía trabajar en medio del barranco, había vida por lado y lado y de arriba abajo.

      • Abuelo, ¿están escondidos?

      • No, no lo están. Estarán descansando y, un día como hoy, que venimos muchos de fuera, querrán estar en sus casas. Mira, ¿ves esa cueva de allá arriba, la de las pintas blancas? De ahí viene la miel que ponemos en casa a las tortillas. En esa otra de allí, donde están los cañizos, hacen ese queso mantecoso que tanto te gusta; lo curan ahí mismo, bajo los cañizos. Y en esa de ahí enfrente hay una ermita.

Mis ojos viajan por todo el barranco buscando más huecos, habitantes, y signos de vida que me digan cómo es vivir en semejante paraíso en el que me quiero quedar. Mi mirada se para en una cueva, no muy lejos de donde estamos y en la cara opuesta del barranco. La entrada está llena de flores y, en ese momento, una mujer baja con apuro.

      • ¿Y esa cueva, abuelo? ¿Por qué está llena de flores?

El se piensa la respuesta un rato, rumia las palabras antes de decirlas y, al final, sigiloso como siempre, pone las manos detrás de la espalda y comienza a andar.

      • La gente tiene costumbre de dejar flores ahí el día de los Finaos, de toda la vida. - Sabe que no me voy a estar contenta con eso y añade por último- por cuenta de una niña, es lo único que yo sé.

¡Qué bien me conocía! El sabía que no me iba a contentar con aquel poquito de información y mi trabajito me costó encontrarla pero, por fin hallé la historia de la cueva. El paso de los años, el boca a boca y la imaginación han hecho que la información documentada y contrastada y los hechos se mezclen con un halo de leyenda y que, al final, lo que nos llega se parezca más a una película de ficción que a lo que realmente pasó.

Siempre me hice preguntas, muchas y, al hallar las respuestas, me pregunto, de nuevo, si de verdad quería saber tanto. Hay historias que de verdad duelen y pesan. Pero el misterio me puede, la verdad me absorbe y la curiosidad me atrapa y dejar las historias sepultadas no está en mí.

La Cueva de la Niña, lista para contar de viva voz.

Lady Yu

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