jueves, 30 de abril de 2020

Desde la ventana, el horizonte






DESDE LA VENTANA...EL HORIZONTE

           Desde la ventana de su cuarto, Clara observa el jardín de la residencia. ¡Está tan bonito en esta época del año!. Las rosas florecen, manchando de color el verde de la postal a la que, por más que mira al horizonte, no le encuentra fin.
           Las nietas de Marcial han venido a visitarlo. Sus vestiditos blancos ruedan por el césped mientras su madre las reprende. ¡Las señoritas de bien no van con el vestido sucio!. Padre y abuelo sonríen desde el banco cercano donde se han sentado a charlar.
           _ Estoy bien, mijo. Aquí me cuidan y me siento acompañado. Estese tranquilo, no se mortifique y vengan a verme de vez en cuando.
           _ La echo de menos, papá.
           Marcial recoge para adentro la pena que le provoca el recuerdo de su esposa y se llena los ojos y los oídos con la imagen de sus nietas corriendo delante de su madre.
           _ Y yo mijo, y yo. Pero la vida sigue… y viene hacia a mí.
           _ ¡Abuelo! - gritan las niñas justo antes de echarse sobre su regazo._ Ayúdanos, abuelito, ji ji ji. Mamá nos persigue.
           Ellas, con su alegría, consiguen aliviar la congoja que le provoca recordar la ausencia de su esposa.
           Clara, desde el ventanal, recorrió la escena familiar de Marcial, pasando la mirada por todo el jardín hasta llegar al límite del infinito verde que se fundía con el azul del cielo. Allí, en el horizonte, se hallaban sus recuerdos, que la esperaban desde hacía tiempo. Y así como a Marcial le devolvían la vida sus nietas, la remembranza de su juventud, lo hizo con ella.
           Sentada en el banco del puerto, observaba el inmenso mar azul que, en esta estampa, se alargaba hasta fundirse con el cielo gris de ese día. En el suelo, una pequeña maleta, más cargada de sueños que de pertenencias. Sin dinero en los bolsillos, pero con las manos listas para trabajar duro.   El corazón roto por tantas pérdidas, pero decidido a dejar atrás el espanto de aquella guerra y salir adelante lejos, muy lejos de su tierra.
           Sesenta años después, detrás de aquel cristal, la imagen vuelve a ella para recordarle por qué está ahí, por qué abandonó su adorable casa en el pueblo y por qué dejó atrás a su familia. Se funde en él sin arrepentirse de nada. Se deja llevar por él y la nostalgia le invade. No le fue mal del todo pero, mirando a su alrededor, en aquella habitación de la residencia, su maleta sigue siendo pequeña, más cargada de recuerdos que de pertenencias. Sin dinero en la cartera y las manos arrugadas de experiencia. El corazón roto por las pérdidas, curado a medias por quienes llegaron a ella durante todos esos años y el deseo inaguantable de volver lejos, muy lejos, a su tierra.

Yudeyna Santana 24/04/2020

viernes, 24 de abril de 2020

Recuerdos con sabor a gofio y papas con mojo

RECUERDOS CON SABOR A GOFIO Y PAPAS CON MOJO

Últimamente me vienen a la cabeza muchos recuerdos de la infancia, esa etapa tan feliz que viví rodeada de mi enorme familia. Fueron muchos los momentos y todos vienen al mismo tiempo para ser rescatados así que, poco a poco, les voy dando número (como en la charcutería) porque de alguna manera hay que ir ordenándolos. Y así van pasando de uno en uno para deleitarme con el gozo de viajar al tiempo pasado.
Las imágenes no son palpables (ojalá), pero son tan vívidos que veo clarito lo que ocurre. A veces, incluso, los huelo y otras, como en este recuerdo que les voy a contar, los saboreo.
Mi abuelo era boyero, un trabajo duro que requería mucha dedicación y en el que se involucraba toda la familia al completo. Este día había que coger papas y, después de la cogida, venía lo mejor: la comida.
Todo sencillo, pero riquísimo. Las papas nuevas, sancochadas o arrugadas, pero con mojo, la pella de gofio, aceitunas, bizchoco, queso tierno de mi abuela, el Clipper de fresa y, por qué no, el buchito de ron para quien pudiera. Dispuesto todo en pequeñas mesas improvisadas en banquetas donde nos reuníamos en grupos, sentados o en cuclillas, daba igual, perro hablando entre nosotros, riendo, analizando si la cogida había sido de 7, 8 o de 5. Cosas que yo no entendía entonces pero que, al regresar hoy a mí, me supieron a GLORIA.

#yomequedoencasaescribiendo
Yudeyna Santana
24/04/2020

domingo, 19 de abril de 2020

¿Quién es la rara aquí?

¿QUIÉN ES LA RARA AQUÍ?

           Marga no es precisamente lo que llamaríamos una persona ordenada. Ni siquiera lleva un orden dentro de su particular criterio destartalado. Sin lógica alguna, almacena sus cosas impartiendo un especial y único método para cada objeto, tan enrevesado y disparatado que ni ella misma consigue recordar después dónde ha puesto qué.
           Lo lleva bien, dentro de lo que cabe. A fin de cuentas, vive sola y lo mismo le da tener el jabón de manos en la encimera que el rollo de papel en el salón. “Es mi mundo y hago lo que quiero”, se repite cada vez que, por ejemplo, para coger una braga limpia tiene que ir hasta la cocina y abrir el cajón de los trapos. La problemática le sobreviene cuando, por cosas de la sociedad, debe acudir a la oficina y lidiar con el resto del mundo y su peculiar visión del orden.
Silvia, por nombrar a alguien, no lleva nada bien eso de compartir cubículo con una persona como Marga y tamaña forma de hacer las cosas. Ella, maniática de la disposición correcta de los objetos según la utilidad para la que fueron fabricados, se enerva sobremanera cuando, al acabarse las grapas, se da cuenta de que debe ir a buscar los recambios al hueco lateral de la impresora.
           _ No entiendo por qué te enfadas, Silvia. Es de toda lógica que si son para unir papeles estén al lado de los folios. ¿Y dónde hay más folios que en una impresora?.
           Marga se queda tan ancha con su explicación, regalada a su compañera en tono condescendiente y sin ningún rubor ni duda sobre su razón. Silvia, por el contrario, permanece roja de ira y vergüenza porque, para ese momento ya Marga se ha ido, dejándola sola con su debate en medio de la sala mientras media oficina la mira sin entender qué hace ahí parada con las manos llenas de grapas y dando gritos enajenados al aire.
           Al final, se siente rara. ¡Ella y no Marga! En este día a día suyo, no le queda otra más que resignarse y asumir que las rarezas son relativas y que todo depende del ojo del que mira.

#yomequedoencasaescribiendo
18/04/2020

sábado, 11 de abril de 2020

PLANETA VIVO


He creado mi propio universo. Un planeta de letras que se encadenan a sus satélites y forman historias. Unas más increíbles que otras. Algunas, sencillamente desgarradoras y otras tan normales y rutinarias que quien las lee se identifica y, casi sin darme cuenta, he escrito la breve biografía de alguien que ni siquiera conozco pero que, en algún momento, sentí conmigo, entre mis palabras desordenadas.
Para muchos, este encierro está significando eso precisamente, un encierro, una cárcel. En este momento que nos está tocando vivir, se me plantea el eterno oxímoron de mi vida porque, para mí, se está convirtiendo en toda una liberación más allá de los muros de piedra. Esta libertad traspasa barreras de tiempo, estrés y, sobre todo, las de piel y huesos. Esos topes encerrados en el cerebro que, de una forma u otra, nos atrapan la creatividad convirtiéndola en miedo.
En contraste con este sentimiento generalizado de encierro, el respiro que está suponiendo para el mundo animal y vegetal no tiene parangón. La fauna irrumpe en las calles desiertas y la vegetación rompe asfaltos. Eclosiona la vida más allá del hombre, demostrándonos con maestría y elegancia que somos una lacra para este planeta.
Puestos a crear, aprovechando el cautiverio y, mientras dejamos respirar al planeta, creemos y hagámoslo de la mejor manera que se nos ocurra. Es solo una invitación, una llamada a la reflexión para que, desde la libertad de cada uno, más allá de nuestros muros de piel y huesos, derribemos nuestros topes y dejemos fluir. Quizás así, las paredes que nos rodean dejen de asemejarse al hormigón y se parezcan cada vez más a esa playa donde queríamos pasar las vacaciones. Tal vez ese techo que por momentos se nos abalanza y oprime, torne en colores de cielo y las alas nos lleven a volar lejos. A lo mejor, al mirar por la ventana, más que calles vacías de gente, veamos con claridad el vergel que de verdad merecemos y que la Madre Naturaleza nos está regalando de nuevo solo para recordarnos, como en un buen matriarcado, quién manda aquí.
Cada quien gobierna su propio planeta, no hay discusión en eso. Pero no hay que olvidar que hay una MADRE que dirige nuestro universo.

Yudeyna Santana
06/04/2020

lunes, 6 de abril de 2020

Emborrachando las penas

EMBORRACHANDO LAS PENAS

Tengo una amiga de la que quiero hablarles pero, por respeto a su dignidad e integridad, voy
a mantener en el anonimato su identidad. Con su permiso, eso sí, procedo a relatarles su última gran
hazaña con la que ella pretendía coronar un día más en esta cuarentena haciendo de él uno
memorable. Quería hacer algo diferente, fuera de la rutina que le brindaban las cuatro paredes de su
casa y sus dos metros cuadrados de balcón en el que, con una suerte que no se creía, había decidido
pasar esta Semana Santa.
Después de tres semanas ordenando armarios, clasificando cajones por orden alfabético,
recibiendo clases on line de cómo perfeccionarse en bachata y acabar su tercer y último libro
disponible, mi amiga, con todo su derecho por bandera, decidió darse un homenaje.
Esa botella de tinto llevaba demasiado tiempo esperando para descorcharse así que,
acompañada de un ligero aperitivo, se animó a servirse una copita sentada en su minúsculo balcón
que ahora era, no solo su destino vacacional sino su mayor signo de libertad.
Tiene suerte. Sus vistas son envidiables pues, donde unos vemos gigantes de hormigón, a
ella la naturaleza le regala una bella estampa de verde barranco de medianías. Tal vez, y digo solo
tal vez, esa tranquilidad infundida por el paisaje fue la que le llevó a servirse la segunda copa, sin
aperitivo esta vez. Tras la tercera y la cuarta ya no me siento tan segura de hacer hincapié en aquel
tal vez y comienzo a creer más en, quizás,(menos romántico y más objetivo) un sentimiento de
soledad tras varias semanas confinada que le lleva a conocerse más a sí misma y a desinhibirse
desde la seguridad de su rincón vacacional improvisado e impuesto en su propio hogar.
-¡Yuju! ¡Está siendo el mejor día de la cuarentena! -Se dice en voz alta, muy alta, como
queriendo convencerse muy en el fondo de lo productiva que está siendo la embriaguez.
Dos metros la separan de una segunda botella reservada para ocasiones especiales.
-¡¿Y qué mejor ocasión que esta?!. - Se pregunta, pero en realidad responde convencida ya
de su genial idea.
Y más rápida que la primera, la última gota de esta botella de vino acaba en su estómago. No
la ha saboreado tanto, se ha limitado a beberla por el simple placer de hacerlo. Al acabar, vuelve a
mirar su estampa y ésta le devuelve a la realidad. Todo gira a su alrededor. El pobre aperitivo y los
dos litros de vino luchan en lento ascenso por salir de ella. Corre (o lo intenta), pero no llega a
tiempo al baño. Todo acaba perdido.
De nuevo, aquel barranco, con el ocaso de fondo y el sereno cayendo, le manda una brisa
como advertencia. “Métete dentro”. Y, al darse la vuelta, a un paso de acabar sus vacaciones,
regresa a su cárcel, al encierro y comienza a limpiar lo que sus entrañas decidieron expulsar.
- He aquí toda mi mierda. - Se dice frustrada antes de coger la fregona y recoger con esmero
toda su resignación del suelo.
La puerta del balcón se cierra de repente; la brisa la ha empujado también a ella, dejando
visible el cartel que colgó el primer día con ilusión y responsabilidad. “Quédateencasa”, le gritan el
blanco del papel y el rojo del rotulador.
 
#yomequedoencasa
Yudeyna Santana

domingo, 5 de abril de 2020

MI GATO

GATO

Creo que mi gato empieza a hartarse de esta situación. No por su encierro, que es su estatus natural, sino por el nuestro. Comienza a sentirse invadido en esta nuestra casa que, hasta hace quince días, era la suya a tiempo completo. No está a salvo en ninguna estancia. Cada vez que entra en alguna, hay alguien ocupándola y que le salta encima (como si fuese un muñeco y no un animalillo) para hacerle mimos que, más que mimarla, la agobian enormemente.
Lo veo en sus ojos y en sus gestos cuando, al oír voces, levanta las orejas puntiagudas y me mira. No me habla, pero sus ojos preguntan ¿por qué a mí?.
Lo veo cuando, al intentar comer, tiene que salir huyendo porque alguno de los críos ha decidido cogerla en brazos y ella (la gata), antes de que eso ocurra, hace alarde de oído e instinto y sale en rápida estampida buscando un rincón tranquilo que ya no existe.
Lo veo cuando, al jugar todos en el salón, ella (la gata), se esconde tras la cortina, camuflándose, en un intento de estar presente sin ser molestada. La pobre, ilusa, ha dejado el rabo por fuera y ese error le ha costado una nueva carrera al exilio.
Llega hasta mí, a mi cuarto, donde sabe que también a veces me refugio buscando sosiego para que las letras fluyan, y me mira. No me habla, pero sus ojos preguntan ¿hasta cuándo este encierro vuestro que me han impuesto?. Yo, la humana, le hablo (en alto como si entendiera) y le digo que pronto pasará y que esta, su casa, volverá a ser suya y que nosotros, los okupas a tiempo parcial, volveremos a asaltar las calles con nuestro estrés de siempre. Ella, la gata, respira aliviada y se duerme enrollada sobre sí misma soñando, quizás, con la libertad de tener el hogar para ella sola.


#yomequedoencasa
Yudeyna Santana
29/03/2020

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...