DESDE LA VENTANA...EL HORIZONTE
Desde la ventana de su cuarto, Clara observa el jardín de la
residencia. ¡Está tan bonito en esta época del año!. Las rosas
florecen, manchando de color el verde de la postal a la que, por más que
mira al horizonte, no le encuentra fin.
Las nietas de Marcial han venido a visitarlo. Sus vestiditos
blancos ruedan por el césped mientras su madre las reprende. ¡Las
señoritas de bien no van con el vestido sucio!. Padre y abuelo
sonríen desde el banco cercano donde se han sentado a charlar.
_ Estoy bien, mijo. Aquí me cuidan y me siento acompañado. Estese
tranquilo, no se mortifique y vengan a verme de vez en cuando.
_ La echo de menos, papá.
Marcial recoge para adentro la pena que le provoca el recuerdo de su esposa y se llena los ojos y los oídos
con la imagen de sus nietas corriendo delante de su madre.
_ Y yo mijo, y yo. Pero la vida sigue… y viene hacia a mí.
_ ¡Abuelo! - gritan las niñas justo antes de echarse sobre su
regazo._ Ayúdanos, abuelito, ji ji ji. Mamá nos persigue.
Ellas, con su alegría, consiguen aliviar la congoja que le provoca
recordar la ausencia de su esposa.
Clara, desde el ventanal, recorrió la escena familiar de Marcial,
pasando la mirada por todo el jardín hasta llegar al límite del
infinito verde que se fundía con el azul del cielo. Allí, en el
horizonte, se hallaban sus recuerdos, que la esperaban desde hacía
tiempo. Y así como a Marcial le devolvían la vida sus nietas, la
remembranza de su juventud, lo hizo con ella.
Sentada en el banco del puerto, observaba el inmenso mar azul que,
en esta estampa, se alargaba hasta fundirse con el cielo gris de ese
día. En el suelo, una pequeña maleta, más cargada de sueños que
de pertenencias. Sin dinero en los bolsillos, pero con las manos
listas para trabajar duro. El corazón roto por tantas pérdidas,
pero decidido a dejar atrás el espanto de aquella guerra y salir
adelante lejos, muy lejos de su tierra.
Sesenta años después, detrás de aquel cristal, la imagen vuelve
a ella para recordarle por qué está ahí, por qué abandonó su
adorable casa en el pueblo y por qué dejó atrás a su familia. Se
funde en él sin arrepentirse de nada. Se deja llevar por él y la
nostalgia le invade. No le fue mal del todo pero, mirando a su
alrededor, en aquella habitación de la residencia, su maleta sigue
siendo pequeña, más cargada de recuerdos que de pertenencias. Sin
dinero en la cartera y las manos arrugadas de experiencia. El corazón
roto por las pérdidas, curado a medias por quienes llegaron a ella
durante todos esos años y el deseo inaguantable de volver lejos, muy
lejos, a su tierra.
Yudeyna
Santana 24/04/2020