María. Recuerdos a pie descalzo.

     María me abre la puerta de su memoria y un torrente de recuerdos sale de ella.

    Es pequeña, ligera y, aún así, contundente en cada palabra abanderada por la verdad y una mirada clara en la que me veo mientras leo en su piel su vida grabada.

    "Antes se iba descalzo a todos lados. Yo recuerdo venir caminando desde Gando hasta La Banda para coger leña, comprar el millo y tostarlo en el tostador en casa de mi abuela. Poníamos cuatro piedras en el suelo, hacíamos el fuego, poníamos el cacharro arriba y le dábamos al millo con una escoba vieja pa removerlo. Después lo llevaba a moler al molino y, con la talega en la cabeza sobre un rodillo pa no asarme los pelos, de vuelta pa Gando". ¡Y todo ese camino lo hacía descalza!

    En mi mente de niña tengo grabado el recuerdo de María bailando y riendo. Ahora, más mayor y con la experiencia que cargo, sé que las procesiones se llevan por dentro y que una muestra lo que quiere y que, de llorar, una llora pa dentro y continúa con la vida que le toca. Ella habla, la miro y solo puedo admirarla y transmitirle este sentimiento envuelto en una sonrisa.

    "Fíjate que mis hijos ahora me preguntan que cuántos zapatos tengo y yo ni sé; pues será uno para cada día. Ahora con la edad que tengo no me voy a poner a contarlos, solo me los pongo y cojo camino... y bailo".

    Se casó con 18 añitos y dieciocho fueron los hijos que trajo al mundo. Ahora, con 84, me recibe con un cariño que me arropa, me sonríe y pregunta por los míos al tiempo que sigue hablando de los suyos hasta darnos cuenta de que, en algún punto, los caminos se cruzan. Estamos hechos de historias, de recuerdos, de vivencias y de personas que llegan y se van y yo la miro a sus ojitos claros que todo lo ven y me pierdo en su risa porque suena a música bonita y con el ritmo de sus pies la acompaño. Porque la vida hay que bailarla, siempre.

    María, GRACIAS mil veces por darme siempre un cariño tan bonito, unos abrazos que curan y sonrisas que calman el alma.