sábado, 7 de agosto de 2021

Pedro, mi amigo palmero

 


     Me costó llegar a Gallegos, no lo voy a negar, pero venir a La Palma y no pararme a ver a Pedro en su casa no era una opción. Podía haber llegado a Barlovento y echar por la famosa carretera en obras, pero no. A mí se me antojó ver las Mimbreras y cogí el camino largo. No me arrepiento; hay que verlo, parase y apreciar lo bonito que es.

    Suena el teléfono; Pedro está preocupado porque hace rato que le dije que iba y aún no he llegado. Lo imagino echándose las manos a la cabeza mientras le explico mi periplo: “¡muchacha, mira que te fuiste lejos!”. Me guía, me indica con exactitud la senda correcta y, con un “ahorita mismo llegas”, cuelga y me espera.

    “Ahorita mismo”. He escuchado mucho esa expresión estos días en La Palma y creo que mi percepción del tiempo ha cambiado. Será el ritmo de vida, el estrés, otros paisajes diferentes que no invitan al “ahorita” sino a la esclavitud del "ya mismo", pero tardé otra media hora en llegar y solo me di cuenta al mirar el reloj. Allí estaba, asomado a la ventana con el cachorro puesto, haciéndome señas con la mano y con una sonrisa de oreja a oreja.

    Al entrar le pregunto si cierro la puerta y él me contesta “no, pon el clavo y sube que aquí no pasa nada”. Pongo el gancho y, en un segundo, viajo treinta años atrás a casa de mi abuela en el barrio de Las Puntillas. Con esa misma tranquilidad y seguridad de entonces, subo la escalera que lleva a su casa que también me recuerda al sitio de mi niñez con los pisos en aguas de colores por donde corrí y los azulejos blancos con pintas azules de la cocina donde tantas veces vi a mi abuela cocinando. Contemplando los hermosos bordados de su mujer que llenan las paredes, tomo asiento y espero.

       Pedro me ofrece café, pero yo no ando buena del estómago. “¡Uy, pero yo tengo algo pa eso que quita todos los males!”. No sabía lo que era, pero aquel acento dulce y cantarín me invita a tomarlo. Trae una bandeja plateada con vasitos de chupito que sudan llenos de un líquido amarillento. “Pruébalo, lo hago yo mismo”. Aquello estaba fresquito que daba gusto y, con este calor de julio, bajó por el gaznate solito y sin ayuda. “Orujo con hierba luisa y cáscara de limón, desde el año pasado está macerando. ¿Te gustó?”. Sí que me gustó y, las cosas como son, me sentó la barriga en un momentito.

    Bien me habla Pedro de su vida, de sus recuerdos, de los bailes en el Tablado.

    “Cuando yo era joven, se hacían unas verbenas que daba gusto. Desde antes de llegar ya se sabía dónde era el baile. Se bailaba sobre la tierra así que la polvacera era inmensa. Acabábamos de tierra de arriba abajo, pero luego te sacudías un pisco y pa la casa de nuevo tan contento. ¡Qué bien lo pasábamos!”.

    No sé cómo llegamos a este punto de la conversación, supongo que hablando de todo un poco, pero el caso es que Pedro pregunta por mi familia y manda saludos para todos. “Tienes una familia muy bonita” y continúa, esta vez, desde otro de los bailes en el Tablado. “Una vez, una señora me tocó en el hombro por detrás y me dijo, mi niño, tú no tires un plato de tu casa por otro de una vajilla nueva, porque ese brillará, pero no se sabe cómo está. Y aquello me dejó pensando, porque yo no sabía por qué la señora me decía aquello, pero toda la vida lo recordé y más de una vez me ha venido a cuento. Por eso es que yo pienso que los papeles no te dan el título de matrimonio, sino el respeto. Si algo hace daño, duele o pica, no se hurga; se habla y se deja estar, no hay que andar levantando esa lasca todo el rato. El respeto, sí señor, eso sí que es bonito de ver y de vivir”.

    Créanme que a mí también me dejó pensando con estas palabras y seguro me vendrán también a cuento más de una vez durante el resto de mi vida. Como recordaré siempre el día que yo conocí a Pedro, que me dejó con la boca abierta. El contaba cuentos en Arucas y, mientras narraba, amasaba gofio en un zurrón. Los Labrantes de la Palabra celebraban su 18º aniversario y esta visión, junto al resto de sus compañeros narradores, me convenció para unirme a ellos. Ese día supe que quería aprender con ellos y de ellos, ese día supe que yo también quería ser una Labrante y, poco después, Pedro y el resto del grupo, me acogieron con un cariño inmenso.

    Pedro preparó un queque de naranja por mi visita, ¡bien me mima!, y está de rico que me chupo los dedos. “Pedro, me supo el rato de recuerdos acompañados del cachito de queque. Gracias”. “Gracias a ti por venir hasta aquí para verme”. No, amigo Pedro, GRACIAS a ti, porque esta parada era obligatoria y ahora sé que también necesaria. GRACIAS, porque todos esos recuerdos, tus recuerdos, son un tesoro y me siento afortunada de que me los compartas y porque ahorita mismo no siento prisa, sino calma.


          Pedro López, Barrio de Gallegos, La Palma.

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