domingo, 16 de octubre de 2022

Bigote de leche

      

 

        Recuerdo las tardes de "descamisás" en el cercado de mi abuelo. Me sentaba en lo alto de la montaña de piñas y mi abuela no paraba de reírse al verme peleando con los bichos que me trepaban por las piernas. También, hay que decirlo, porque en lo que ella descamisaba cuatro piñas yo apenas conseguía una, pero no me echaba broncas ni nada, solo reía.

        Recuerdo que al acabar, mi abuelo traía la merienda: un gran tazón de leche recién ordeñada, espumosa y con gofio espolvoreado por encima. ¡Qué rica estaba y qué me sabía! Aún me parece sentir el cosquilleo del gofio en la nariz y la carraspera en la garganta cada vez que me añurgaba. Mientras, mi abuela seguía riendo y riendo sin decirme nada aunque yo le preguntara.

        Luego, al llegar a casa y mirarme al espejo, entendía todo: un enorme bigote de leche cubría mi cara. Al preguntar a mi abuela que por qué me había dejado salir así, sin decirme nada y con toda la cara sucia ella, sin dejar de reír me dijo: "Ay, mi niña, ¡y lo bonita que estás así!" Yo les confieso que en ese momento no entendí nada, yo seguí a lo mío y me fui a ayudarla a hacer el queso que era lo que me interesaba: mi buchito de suero.

        El otro día, al ver a mi tía Paqui haciendo el queso, vi que su hijo iba hacia ella y le pedía su buchito de suero. El chiquillo acabó de beber, me miró y vi la marca blanca encima del labio y comprendí enseguida lo que veía mi abuela de bonito en mi cara aquella tarde. Estoy segura de que mi abuela veía el legado del tiempo en la huella de un bigote de leche. Y ahora soy yo la que no da explicaciones cuando el orgullo me sale del cuerpo en forma de risa sabiendo que los chiquillos que hoy me preguntan por ella son los mismos que la entenderán mañana.


Día de la mujer rural

 

        Hace unos días, la parranda Araguaney me invitó a formar parte del acto homenaje a la mujer rural que se celebró en Valsequillo. Se pretendía, desde la sencillez que dan los recuerdos, "contar canciones": ellos ponían la música y yo las palabras, la voz de algunas de las mujeres que han pasado por mi vida dando forma a mi personalidad.

        Salí vestida con ropas sacadas del armario de mi abuela, pañuelo y gorro en la cabeza y alpargatas de mi tía Paqui pero, antes de comenzar a narrar, sentí la necesidad de explicar que aquel atuendo no era un disfraz ni formaba parte de un papel que hubiese ido a interpretar esa noche. Expliqué al público de la plaza Tifaritti que mi atuendo era la estampa vívida en mi recuerdo de todas las aparceras a las que vi salir de las tierras directas a casa, de todas las mujeres que vi esperando el camión a la salida del almacén de empaquetado y de todas las mujeres que trabajaron el campo sin descanso y volvían a casa al corre corre para seguir trabajando en la familia, con los chiquillos. Una vez aclarado el guiño a mi recuerdo, solo me quedaba presentarme y comenzar.

         Mi nombre es Yudeyna Santana y soy una mujer criada por mujeres rurales. Entre el pueblo y el campo, las mujeres de mi entorno me enseñaron que en la vida es esencial el trabajo, el respeto, la palabra. Si miro atrás en el tiempo, recordar con una sonrisa es fácil y sacar lo bonito de todo ello es sencillo.Y con respecto a la palabra mis abuelas me enseñaron, entre otras muchas cosas, a tejer y, mientras se tejía, alegar de lo que ocurría era inevitable. Me pasaba las horas preguntándome cómo conseguían tejer aquellas cosas tan bonitas sin mirar para la costura. Aprendí de aquello que era totalmente factible hacer varias cosas al mismo tiempo sin perder calidad en el intento porque, si bonito era lo que cosían, de lo que hablaban ya ni les cuento. Me pasaba las horas escuchando, aprendiendo y llegué a entender que aquellos momentos de costuras eran los ratos del día con mayor sabiduría popular que una podía encontrar. 

        Una tarde, mientras intentaba aprender a tejer, pregunté a mi abuela cómo había venido yo al mundo. Ella, como mejor sabía me contó que yo nací una noche lluviosa del mes de diciembre, que mi madre dormía cuando sintió un retortijón y se sentó en la cama a ver si se le pasaba. Al rato comprendió que aquello era el dolor de mi venida y se preparó para traerme al mundo sobre aquella camita, en silencio y sin despertar a nadie. Mi abuela me dijo que yo tampoco desperté a nadie porque yo era tan pequeñita que mi llanto era igual de pequeñito. Me dijo que yo era tan pequeñita que cabía enterita sobre la palma de su mano y que, mientras me mecía con una mano, con la otra me tapaba y me daba calor si hacía frío. Mi abuela decía que si hacía calor soplaba y me daba aire, pero muy despacio para que no saliese volando. Ella contaba que había un niño al que llamaban Pulgarcito porque era del tamaño del dedo pulgar y que, viéndome a mí sobre su mano, decidió muy inteligente llamarme Manita. Su manita derecha y su manita izquierda porque, "ay, mi niña, con una te mecía y con la otra te tapaba".

        Yo me había quedado hipnotizada con su historia, mi historia, y casi no la podía creer. "Abuela, le dije, qué historia tan bonita, ¿acaso será de verdad?" Ella, sin dejar de tejer en ningún momento, respondió: "pues podría serlo, perfectamente". Yo decidí en ese momento que sí era verdad, me la quedé como primer recuerdo de un recuerdo y me di cuenta con el tiempo que mi abuela, en todas esas tardes de costura, no solo quiso transmitirme palabras. Mi abuela, en cada historia hilvanada por recuerdos, me transmitía verdaderos actos de amor.

        Mis abuelas me enseñaron que un trozo de hilo es algo más que hilo. Es el cordón que, enhebrado a una aguja, se va anudando en momentos para hilvanar recuerdos que se convierten en nuestra historia; historias creadas por mujeres rurales. 

 

                                                             Yudeyna Santana

domingo, 9 de octubre de 2022

Sombra de mi sombra

    Foto de Yaiza Socorro

 

 

Sombra que me acecha,

que persigue mis pasos

sin abandonar mi camino,

siempre fiel a mi rastro.

Sombra que me apoya

sin decir nada,

soportando mis faltas,

siempre callada.

Sombra de mí misma

obligada al espectro de la luz,

a las formas caprichosas

del día, de la noche, esa es tu cruz.

¿Quién te hace, sombra, tu reflejo?

¿Tiene sombra mi sombra?

¿Se ve ella también en el espejo?

¿Viene alguien si lo nombras?

Por ti cambiaría mi cuerpo,

mi pesar, mi tormento,

si con ello te llevaras,

sombra de mi sombra,

el reflejo que me persigue

gritando con sordo lamento

que está cansada

de ser mi alfombra.

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...