Pino del Rosario. Allá, en Tifaracá, nació una luchadora.
No se lo piensa cuando le digo que empecemos por el principio. Se remonta al lugar de su nacimiento, el Risco de Agaete, y continúa viajando en el tiempo y el espacio y me traslada a Tifaracá. Un lugar, para que yo lo sepa, que está subiendo por las presas de la Aldea, por los Cercadillos y saliendo por Artenara, un sitio donde "el Diablo pegó un grito y nadie nunca lo oyó" y a donde ella llegó con diez años. Desde allí, recuerda, su vida transcurría entre rebaños y viajes de más de dos horas entre la ida y la vuelta a la Aldea en busca de comida. Ella, la mayor, cargaba sobre su cabeza la talega con el gofio y su hermana pequeña las cositas más chiquitas como el azúcar y el café. Recuerda silbar tras el ganado y bajar los riscos ayudándose con un gran palo en una época en la que las carreteras o caminos no cruzaban aquellos riscos.
Es fácil que Pinito te traslade con la energía de su relato a la época en la que vivió su niñez. No le cuesta trabajo recorrer sus 87 años de vivencias y contarlos con desparpajo, con gracia y con toda la sinceridad que da una vida llena de esfuerzos y lucha.
Salió de Tifaracá para casarse y puso rumbo al Berriel, pero la muerte repentina de su madre la hizo retornar a sus orígenes donde nacieron sus primeros hijos. Un parto gemelar no exento de anécdotas que, si yo me paro a pensar no sé si pudiera soportarlo en medio de aquella lejanía y condiciones, pero que ella relata con soltura y, al preguntarle cómo hizo para sobrellevarlo, contesta: "Oh, mi niña, pues gracias a estos humores que yo tengo. Había que salir adelante, no había otra". Así, gracias a esos humores suyos, siguió trabajando y, junto a su marido, sacaron adelante a su familia a base de ordeño y quesos. Y es que llegaron a tener nada más y nada menos que novecientas cabras esperando ser ordeñadas cada día. Leíste bien, sí, 900 por si te es más fácil leerlo en números. Instalados ya en Juncalillo, el trabajo no esperaba y todo se hacía a mano porque ese sueño de la ordeñadora no estaba ni pensado en sus cabecitas.
"Después de diez años muerta, la tierra me preguntó que si te hubiera olvidado y yo le dije que no. Esto es un cantar, pero es una gran verdad, mija. Yo ya estaba esmigajá cuando llegó la ordeñadora". Y me lo hablan sus palabras, me lo cuentan sus manos llenas de trabajos y sus deditos que dicen a gritos haberse dedicado toda una vida a ordeñar, hacer quesos y a repartir cariño. Rodeada de su familia que la escucha con atención, veo la estela que Pinito y su marido han dejado a su paso; una tradición que han ido recogiendo sus hijos, nuera y nietos manteniendo el testigo de un oficio con orgullo y dedicación.
Ella me sigue hablando de sus partos, de sus trabajos, de su vida y me emboba con un relato que viene de lejos, del recuerdo, pero que ella me trae al presente fresco, natural y sin filtros, con una voz que demuestra esos mismos ánimos que la ayudaron a salir adelante.
Pinito, ha trabajado mucho durante toda su vida, pero también ha repartido mucho amor y lo veo a su alrededor en cada mirada de sus familiares y en sus sonrisas al oírla. GRACIAS por dedicarme a mí también un poquito.
Precioso Yudy!!!
ResponderEliminarGracias❤️❤️❤️
EliminarVaya agallas las de Pinito! Ni punto de comparación con las nuevas generaciones. Gracias, Yudi!
EliminarGracias a ti 😊
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