jueves, 5 de enero de 2023

Literatura en casa

         Cuando llegué al colegio y don Carmelo nos dio la primera clase de Lengua y Literatura me di cuenta de que yo era una privilegiada por todo lo que traía aprendido de casa.

        Desde el primer momento supe que yo tenía a la mejor profesora y que, con mucho genio, me había estado preparando para el mundo. Porque cuando don Carmelo leyó en alto "Carlitos corría muy rápido, tropezó y ¡catapún!, cayó al suelo" y dijo que aquello era una onomatopeya yo ya lo sabía de sobra aunque me la acabaran de presentar formalmente. Claro, porque cuando yo le preguntaba a mi abuela por el momento exacto de echar las papas al caldero ella contestaba "oh, pues cuando el agua haga chop chop".

        Y en la siguiente clase de gramática me reafirmé en el hecho cuando don Carmelo nos enseñaba qué eran aquellas palabras llamadas sinónimos explicando que sonaban distinto pero significaban igual. ahí comprendí toda la sabiduría de mi abuela cuando un día me mandó a por el batidor y yo fui corriendo a la cocina y le traje las varillas de revolver. Las carcajadas de ella se oyeron por toda la casa, rebotando en las paredes del salón como gotas de lluvia en el piso seco y caliente de una tarde de verano. Me contagié de aquel eco que llenaba la casa y también reí mientras la veía mover la mano sobre su cabeza, "muchacha, el batidor pa peinarme". Con aquel gesto, batiéndose el pelo, entendí a lo que se refería y reí con más ganas.

        Ese día don Carmelo me presentó oficialmente a los sinónimos, a las conjugaciones y a otros tantos conceptos para los que mi abuela, desde su sabiduría, me había estado preparando toda mi vida a base de cariño y de un acervo adquirido desde la historia de un pueblo.

Rostro de cucaracha

        Lleva tatuada en el brazo una cara con cuerpo de cucaracha y patas de cucaracha que se mueven, o a mí me lo parece. La cara lleva en la frente un símbolo celta, o tal vez la corona de espino de Cristo. Me guiña un ojo y, sinceramente, no entiendo la suma del conjunto.
        Saco la vista del antebrazo y la paseo arriba y abajo por ver si encuentro algo que lo explique; descubro que la tinta vive en él libremente y sin criterio aparente. Su ropa me habla de la indecisión entre la combinación de lo moderno y lo clásico, su reloj grita ostentación y su cara, escondida tras grandes gafas de pasta, calla una vida ente fuertes arrugas que solo comparte con la tinta carcelaria de sus brazos.

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...