sábado, 27 de noviembre de 2021

A La Palma



Benahoare en el Atlántico descansaba
cuando Fernández de Lugo decidía,
por su rey y para su día,
que esa hermosa isla alcanzaba
sin importar la lucha que costaba.

Fue valeroso el benahorita,
así en las crónicas descritas,
que no se achantó al ataque,
luchó bravo dejando en jaque
aquellas huestes infinitas.

San Miguel de la Palma
fue bautizada la isla
y, aunque ya no era la misma,
aprendió a vivir en calma
mientras Tanausú exclama
en aquella nave extraña
¡Vacaguaré! desde las entrañas.
Hermanos, levanten el alma,
suban alto, a la palma,
cabeza erguida ante la guadaña.

Para la isla los años corrían 
hasta poder ver el día 
que por ella pasaba y salía 
cargado el barco de la inmigración.
Rumbo al Caribe, en viaje de ida y vuelta,
ni se sabe las veces que fue y volvió.

En cada travesía, nuevos indianos
con los bolsillos cargados,
anhelos y también ilusión 
por ver esta su isla próspera
y digna de admiración.

La Palma, bonita y verde ella,
antes Benahoare, alta y bella,
siguió creciendo en verde platanera,
cubriendo lavas añejas,
creando valles y laderas.
Un futuro nuevo, una nueva era.

Hoy ruge de nuevo la tierra
en esta isla siempre bella.
Ruge la tierra y deja huella.
El hombre mira, llora y espera
por ver si esa herida ya cierra.

Llora Benahoare lava,
llora el benahorita rabia
y una, desde la impotencia,
en medio del gentío,
recuerda el grito desde aquel navío 
y aullo desde mi isla
por ver si me escucha
el hermano benahorita.

Gritan mis entrañas
¡Hermanos, levanten el alma,
suban alto, a la palma,
cabeza erguida y a una
por esta isla bonita que el mar acuna!

Lady Yu

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