El alcalde de mis recuerdos. Manuel Sánchez Peñate.

   

     La memoria es un camino que merece ser recorrido de la mano del dueño de los recuerdos. Es una experiencia que recomiendo porque es ahí, en las vivencias que labraron un camino por el que hoy andamos, donde están nuestro pasado, presente y futuro. La memoria de hoy me espera impaciente en la puerta de la Armería de las Vegas de Valsequillo. 

     Dos niños se turnan para ir a la escuela; uno va por la mañana mientras el otro trabaja y, al llegar la tarde, cambian las tornas. Así se compartían Pepe y Manuel enseñanza y trabajo y a lo largo de sus vidas se compaginaron bien estos dos hermanos para salir adelante.

     Un par de zapatos tenían, y suerte, porque debían aguantar toda la tralla que les daban. Así, para estirar la duración, iban caminando a todas partes y se los ponían al llegar. Unos zapatos tan llenos de remiendos con tachas que el sonido de sus pasos los delataban antes de aparecer. Pero ¿saben una cosa? Me fascina cómo lo cuenta tío Manolo y cómo dice con naturalidad "es lo que había, mi niña" y continúa tranquilo el camino a través de otro recuerdo. 

     No sé si él es capaz de ver en mis ojos el reflejo de su historia, pero mientras me cuenta su época trabajando en las minas de agua, mi angustia lo acompaña; la misma que a veces aún lo sobresalta por las noches y le hace comprobar que el techo no se le viene encima mientras llena los cacharrones de tierra y empuja las vagonetas hacia el exterior buscando luz, buscando aire.

 

    Puede que esa ansiedad disparara su lado más creativo o quizás ya era así y la necesidad y las ganas de superación lo alimentaron e impulsaron a salir del túnel, echarse dos palos a los hombros con cuatro canastos, caminar desde Casasblancas a Tenteniguada e ir llenándolos con frutos de poco peso para poder llegar hasta Telde caminando y venderlos. He aquí sus comienzos, la vida que se labró y el futuro que creó a base de imaginarlo primero y hacerlo acto seguido porque "pa que lo haga otro, lo hago yo". De los canastos al burro, del burro a la moto y luego a la camioneta Bedford y, en el proceso, un puestito en el Mercado Central. Madre mía, una odisea que me marea de solo pensarla y que, sin embargo, él y su hermano Pepe recorrieron con sacrificios y mucho empeño juntos y sin descanso hasta que, llegado el momento, separaron sus caminos laborales y Pepe, amante de los coches, se encamina hacia el sector del transporte y Manolo, más tranquilo, monta su tienda en las Monjas. 

    Y ha sido un no parar siempre... Visión y acción. Se me antoja un visionario al oírlo hablar de los escaparates de la tienda de Las Vegas que cambiaban según la temporada del año, la armería...Tío Manolo lleva el márquetin en las venas desde mucho antes incluso de que se inventara esa palabra. ¿Para qué va la gente a pegarse esas palizas de caminos para comprar algo que lo puedo traer yo hasta aquí? El impulso de un emprendedor decidido. 

    Llega a alcalde de Valsequillo, casi por accidente y no salgo de mi asombro (esto merece un capítulo entero aparte), pero es reelegido en dos ocasiones más. Así que algo estaba haciendo bien además de dejarse querer por la gente. Y es que eso se nota cuando una habla con las personas que le abren su memoria, se respira en las palabras y en los gestos. Y eso, además, lo recuerdo en la imagen de mi abuela Juana cuando me llevaba a las Casasblancas y parábamos en Las Vegas: "bájate, mi niña, que vamos a ver a mis hermanos". Y decía "mis hermanos" con la boca tan llenita de orgullo que me lo contagiaba. Hoy, casi veinticinco años sin escuchar la voz de Tata, la siento a través de tío Manolo y casi la oigo susurrar: "es mi hermano, mi hermano del alma". 

    GRACIAS, tío Manolo, por abrirme una puerta a tus recuerdos que ya, para siempre, también son los míos. GRACIAS a tus hijos por acompañarnos en este viaje en el tiempo y acogerme con tanto cariño.