martes, 31 de marzo de 2020

¿A dónde van los abrazos que no damos?

          ¿ A dónde van los abrazos que no damos? ¿Se pierden? Me pregunto. ¿Hay algún
lugar a donde van a parar y esperan a ser recuperados? Mucho me temo que no. Por más que me
pese, y aún a riesgo de ponerme sentimental, se pierden (al menos, eso creía yo).
          Esta realidad me ha hecho darme cuenta de que se me han quedado abrazos colgados
en algún perchero, aparcados en doble fila esperando encontrar un hueco o, simplemente, en un
segundo plano, tímidos porque no han encontrado una oportunidad mejor. Total, que hacen cola
ahora y se empujan impacientes por querer salir y, por más que les pido calma, ellos, intranquilos y
en un ataque de individualismo, me han declarado una huelga.
          ¡Una huelga! Pero, ¿cómo que una huelga? No salgo de mi asombro.
          - Pues eso, que queremos salir.- Me dice el cabecilla que, según creo y haciendo
memoria, es justo el abrazo que dejé de darle a mi madre el mismo día que comenzó este encierro.
          Me tomo unos segundos de reflexión intentando asimilar sus peticiones que, de una
en una y con nombres propios, me hacen llegar.
          - Yo soy el abrazo de papá y vengo acompañado de los de tus hermanos. Llevamos
demasiado tiempo esperando y debes reconocer que oportunidades has tenido de sobra. Queremos
saber por qué. Por qué este olor a guardado, por qué tanto tiempo en el fondo de una cajón. Este
olor no se soporta; necesitamos salir y llegar a quien corresponda.
          No puedo rebatirles; sus argumentos son sólidos y me desarman y es que ¡tienen
razón! Y yo lo sé. Pero, ¿cómo les explico esos pormenores del tiempo, la oportunidad y demás
razonamientos que durante este claustro han dejado de tener sentido? Mi único motivo ahora para
mantenerlos retenidos es este aislamiento y así se los hago ver. Mas ellos, listos y bien preparados,
continúan en procesión de abrazos personificados como estrategia de presión.
          - Nosotros representamos a esos abrazos amigos. - Me dice el cabecilla del siguiente
grupo, que me resulta muy familiar.
          - ¡Esto es demasiado!.- Les replico.
          Pero el líder que sostiene la pancarta de “abrazos amigos”, parafraseando al colega
Oskar (con su acento vasco y todo), me toca la fibra sensible.
          - Maja, ¿crees acaso que vamos a esperar sentados en la acera mirando el
espectáculo? Eso que te has creído tú. Vamos justo detrás de todos esos.- Me reclama muy
finamente señalando al grupo con la pancarta de “abrazos familiares”.
          Comienzan a desarmarme; su persuasión está siendo fructuosa, lo confieso. Dudo
entre si se trata de remordimientos, pena, culpa o una locura que germina tras tres semanas de
encierro la que hace que hable en alto con los abrazos olvidados (son visibles, lo juro).
          - A ver, ¡esto no puede ser! Al principio de esta historia yo estaba convencida de que
ustedes desaparecían, que se perdían en algún lugar del olvido, o donde quiera que vayan a parar los
abrazos que no damos.
          Entonces, del fondo del corrillo, sin pancarta y con la cara casi borrada, una voz
comienza a alzarse sobre el barullo. No grita, pero es fuerte y clara. La reconozco y me calma.
          - Eso te crees tú, mi niña
          Se acerca a mí y me acaricia el pelo como lo hacía cuando aún vivía.
          - ¡Abuela!.- Y se me quiebra la voz en la garganta.
          - Mi niña, siempre hay un abrazo que no damos y se queda dentro de uno. No nos
vamos a ninguna parte. Aquí mismo nos quedamos.
          La abrazo fuerte porque, aunque le dí todos los que quise cuando pude, siempre echo
de menos un último que me haga volver a la seguridad de su regazo.
          No puedo posponer más mi decisión. Así que los he reunido a todos con la firme
promesa de repartirlos en cuanto todo esto acabe y sin dilación alguna. Mientras tanto, en su parte
de la negociación, han accedido a permanecer guardados en ese cajón, eso sí, con bolsitas de
naftalina.


#yomequedoencasa

Yudeyna Santana

viernes, 27 de marzo de 2020

Quien mucho corre, pronto para

QUIEN MUCHO CORRE, PRONTO PARA


          No me había parado nunca a pensar la de cargas inútiles que llevaba a cuestas a diario. Ahora, con calma, esperando cómo acontecen las cosas, esa mochila cargada se ha quedado tirada en el umbral de la entrada. Ahí, donde cayó hinchada, a punto de romperse por tanto peso, permanece esperando mi visita diaria. Cada mañana, compruebo con gusto cómo se va vaciando de cosas inútiles, de problemas que la llenaban a ella y me vaciaban a mí. Sus costuras vuelven al sitio poco a poco y ella, de naturaleza inquieta, respira aliviada y va dejando sitio para todas las enseñanzas nuevas (o más bien olvidadas).

           La mochila tiene dos bolsillos, uno a cada lado. En ellos solía llevar agua y oxígeno para pasar los días corre que te corre de acá para allá. Ahora están vacíos y, sin embargo, más vivos que nunca porque, donde antes había agua ahora hay AIRE y donde hubo oxígeno, ahora hay VIDA.

           Acabará desocupada más pronto que tarde, seguro. Todo su contenido se irá, pero no la dejaré holgazanear. Con todo lo reaprendido debe hacer el hueco más grande donde contenga dosis enormes de ganas, ilusiones, sueños y esperanzas.

           Anoche, antes de irme a dormir, la oí susurrar.

           “¿Sabes? Yo también he aprendido de toda tu carga. Y es que quien mucho corre, pronto para”.

           Así me habló, segundos antes de soltar el último aliento y, con él, el contenido del fondo. De camino a la cama, eché de menos el abrazo reconfortante de mi madre y el calor de un beso de papá.     
            “No correré, le dije a la mochila, serán todos para mí cuando esto acabe”.





#yomequedoencasa

Yudeyna Santana

27/03/2020

jueves, 26 de marzo de 2020

REDUCTUM AD ABSURDUM

REDUCTUM AD ABSURDUM




          A lo mejor no nos hemos parado a pensar con detenimiento que, sea lo que sea que estemos haciendo en casa durante este confinamiento, marcará un antes y un después en nuestras vidas. Y ya no me refiero solo a la concienciación del #yomequedoencasa, sino a las rutinas que, a pesar del encierro, se hacen indispensables.

          Habrá de todo un poco, supongo. Habrá quien se haya aliado en horizontal con el sofá y el televisor esté siendo su mejor arma para matar el aburrimiento. Otros, como mi hijo, dicen haber creado la receta ideal para este mal. (Se las dejo detallada por si la necesitaran).

          Necesitamos:

  • Una pizca de ganas
  • Un puñado de alegría
  • Un tazón de ideas entretenidas
  • Vegetales al gusto

          Preparación:

          Mezclamos todo en un bol y aliñamos con sal y energía. Repartimos raciones según el grado de aburrimiento. Comer tantas dosis como este mal nos ataque.


          Estarán también quienes, en familia, deciden pasar el tiempo (a ratos) compartiendo momentos sin importar realmente lo que se hace; simplemente estar y ser es lo que de verdad impera.

          Hay quien descubre, a causa de Fuerza Mayor, que es buen cocinero, que la pintura se le da bien, que le gusta contar historias o, incluso, que la lectura resulta ser un buen pasatiempo. Parece ser que este tiempo está sirviendo, además de para salvar vidas, para conocerse más uno mismo y a quien le rodea.

           Antes, (y digo antes como si de un viaje al pasado se tratara, pero no es más que una quincena) disponíamos de un tiempo prestado, totalmente estructurado, cada minuto dedicado “pro bono” a nuestras vidas perfectas y sin un segundo de dedicación al SER. Con esta relatividad de tiempo, cada cosa que hacemos en cautividad, por nimia que parezca, se magnifica, se aprovecha y se disfruta haciendo de esa etapa pasada Reductum Ad Absurdum.



¡Feliz confinamiento a todos!



#yomequedoencasa

Yudeyna Santana 26/03/2020

martes, 24 de marzo de 2020

CIMIENTOS

CIMIENTOS

          


     Si de algo me doy cuenta durante este confinamiento es que, de una forma u otra, cada quien saca de sí lo que lleva dentro. Esas cosas que el ajetreo del día a día no nos permite explotar a gusto y ahora, con todo el tiempo disponible, podemos dedicarle mimos y escuchar esas vocecillas interiores que claman atención.

          Algunos eligen no aceptar la situación, saltarse las normas, disfrazarse de perro con la excusa de pasear al dueño, poniendo en peligro al resto con payasadas que, lejos de hacer reír, denuesta una digna profesión e insulta a quienes, de forma responsable, aceptamos este reto con madurez y resignación.

          Otros, los que más, decidimos en este encierro, escuchar las voces, los susurros, esos deseos y anhelos reprimidos que nos ayudan a crecer. Les hacemos caso y aprovechamos para desarrollarlos, compartirlos con quienes tenemos más cerca. En definitiva, asumimos con responsabilidad nuestro deber ciudadano y, sobre todo, nuestro deber para con nosotros mismos.

          Puede ser, o no, una cuestión de cimientos esto de hacer una cosa u otra, pero lo cierto es que todo lo que hagamos bien ahora cimentará las bases de nuestro futuro más cercano.


#yomequedoencasa

Yudeyna Santana
    


domingo, 22 de marzo de 2020

TIEMPOS RAROS

TIEMPOS RAROS

Alguien dijo que la próxima Gran Guerra vendría en forma de amenaza bacteriológica. Pues aquí la tenemos. Real, tangible de facto.
El coche de la UME se pasea por el barrio con la megafonía en bucle. "Estamos en Estado de Alarma. Por favor, permanezcan en sus casas. Estamos luchando contra el CORONAVIRUS". El miedo entra en el hogar. Hasta hace unos días, en la seguridad de los muros de la vivienda, todo quedaba parapetado por las pantallas de los televisores, las noticias a través de las redes y los memes que restaban seriedad al encierro. todo estaba bien, mientras estuvieses resguardado. "En casa estás a salvo".Solo quien, por razones de causa mayor, tuviese que abandonar la tranquilidad de los muros seguros, tomaba, día a día, la consciencia de la gravedad del problema.
Las Fuerzas de Seguridad van tomando, poco a poco, las calles. Los monos blancos "fumigan" cada resquicio con lejía que no mancha; solo huele y salva vidas. Los coches han abandonado las carreteras y, el que rueda, solo ocupa a quien verdaderamente debe marchar de su seguro lar para luego salir huyendo del trabajo de retorno a él.
Los aviones solo surcan el cielo para los repatriados, retirándose en estampida a sus lugares de origen. transportan enfermos que, por desgracia, necesitan ese vuelo para prolongar o salvar sus vidas, a sabiendas de que, en ese traslado, CORONAVIRUS les puede estar esperando.
Las fábricas no fabrican, los comercios no venden, el mundo se para dando, en un momento de letargo, la prioridad a lo importante. La salud y sus profesionales por tanto tiempo maltratados. A la familia y al placer olvidado de pasar el rato juntos conociéndose, como antaño, creando vínculos, cerrando heridas, abriendo más los brazos y el corazón y menos la cartera.
Y, mientras tanto, la naturaleza se toma un respiro de la polución, de los incendios, del trasiego y del desorden que le provoca la mano del ser humano. Las aguas se aclaran, el aire se limpia, los bosques sanean y los animales toman las calles.
De madrugada, armada con guantes y mascarilla, abandonaba la seguridad de mi clan, de mis muros, para ir a ese invento llamado trabajo creado para mantener el ciclo de vida material que llevamos. Un pájaro volaba sin miedo; no había hombres, ni coches ni aviones, así que se dejaba llevar por su inercia animal sin percatarse de mi presencia. Tomé conciencia de que, como dicen los expertos, esta lacra no afecta a los animales (solo al más insensato de todos). Me di cuenta pues, de que es ahora la naturaleza quien domina, mientras CORONAVIRUS le de la oportunidad de seguir gobernando y reconquistando el terreno que le hemos robado.


#yomequedoencasa

Yudeyna Santana

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...