domingo, 5 de septiembre de 2021

Amparito; no había fiesta sin ella

 




      • Amparito ¿usted sabe cuentos de cuando era pequeña?

      • No, mi niña. Yo tenía mucha faena y ni tiempos pa cuentos había. Lo que sí me gustaba mucho era escuchar a mi padre cantar décimas. Mi hermano también las hace, y muy bien. Escucha esta:


En la mañana de San Juan

del año cuarenta y nueve

por la erupción de un volcán

toda La Palma se mueve

Reventó en primer lugar

montaña del Duraznero,

contar el caso no puedo

porque mi lengua no alcanza,

viendo el pago de Las Manchas

sus casas bajando al suelo.


    • Ay ¡bien lloró mi abuela con eso!. Se le quemaron los arbolitos de la montaña de La Laguna, tan llenita de pinos que la tenía ella. Del disgusto tan grande se murió, la pobre. Era esa montaña de ahí enfrente, la misma a donde yo iba a atender a los burros de papá. Un día, uno de los burros vino a por mí, derechito dando patadas y yo salí de estampida montaña abajo, casi rodando, mi niña. Salí de volada derechita pa mi casa. Allí estaba mi padre que, nada más enterarse, salió a buscarlo y lo vendió.

                    Por momentos, Amparito parece quedarse inmersa en el recuerdo, mirando hacia la montaña, rescatando las imágenes que, según me cuenta, aparecen nítidas ante ella. Pero me devuelve la mirada, me descubre de nuevo y atiende a mis preguntas paciente, tranquila, calmada.

    • Mi hermano Manuel nació en Cuba y ya con mi madre embarazada de nuevo, volvió mi famila a la isla para que yo naciera. Mi padre regresó a Cuba a trabajar en los cañaverales y en la yuca y, para cuando regresó con los dineros, yo ya estaba nacida. De ahí le venía a él el gusto por eso de las décimas, igual que a mi hermano. A mí también me gustaba oírlas, pero nunca me ocupé de eso, la verdad. Pero a papá lo que de verdad le gustaba eran los animales: las vacas, los burros. Por eso, ya aquí de nuevo, se dedicó a eso; compró un burro y comenzó a cargar cosas de un lado a otro, según donde la gente lo necesitara. Así empezó papá su negocio de los burros y empezaron a conocerlo como Manuel, el de los burros. Una penita cómo murió papá tan pronto.


                  Amparito vuelve a la montaña, la de su recuerdo, la que ya no se parece en nada a la que está frente a sus ojos, a la montaña donde su papá cuidaba sus burros. Le apena el recuerdo que revive y yo no quiero rascar en él, porque hay otros tantos que sí le alumbran la mirada y es ahí hacia donde vamos.

    • Nosotros, todos, aprendimos las cuentas, a leer y escribir, pero no estudiamos más porque había que ayudar con los animales, buscar agua al chorro, atender la casa, mucha tarea, mija, muchas cosas. Yo cogía tunos, cuando había, y me los llevaba cargando pa venderlos en Tazacorte. Si no, eran almendras o lo que hubiera, mi niña, lo que hubiera. Hasta cochinilla barría y tiraba por el camino pa sacar unos duros.

                No puedo evitar preguntarle por historias de esos caminos, de brujas y aparecidos, de sucesos que, según leyendas, ocurrieron en distintos lugares de la isla, pero ella me esquiva bien.

    • Yo siempre tenía cosas que hacer y no me ocupaba de según qué otras, pero sí te puedo decir que por encimita escuché yo que por allá, por Tazacorte, había algunas que echaban unos polvos que te llenaban de bichos en un momento y los picores eran insoportables. Dicen que era pa alejarlas de algún hombre que les gustaba o que las pretendían. Pero a mí no me hables de brujas, porque ni sé ni quiero saber.

                Amparito nació en La Palma, tras volver su madre de Cuba; se crió feliz, atareada siempre y rodeada de amor. Ya casada, probó suerte en otras islas con su puestito de venta ambulante junto a su marido y se quedó, finalmente, establecida en el Carrizal, Gran Canaria. Aquí formaron familia, crecieron, se hicieron un hueco en el pueblo al que tanto le dieron, el pueblo donde enraizaron y donde casi todos tenemos un recuerdo del matrimonio y su ventita de fiesta en fiesta.

                Amparito volvió a su isla natal hace unos años donde, desde su sillita y a la sombra, me regala recuerdos que le llegan con la brisa, con el olor a verdito, que le llenan los ojos al mirar aquella montaña donde un día la topó el mulo, donde un día el volcán llenó de lava sus faldas y quemó los pinos de su abuela. Amparito mira la montaña y rescata la memoria.




Amparo Pérez Camacho

Los Llanos de Aridane

La Palma

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