Juan Carreño y el afecto de un recuerdo.

     

    Cuando alguien se emociona al evocar sus recuerdos, sabes que la sinceridad está aflorando. Y entonces no puedes evitar emocionarte también. Porque en cada recuerdo no solo está la escena vivida, sino también los años de experiencia, la nostalgia por los que ya no están, y la gratitud por las alegrías que la vida ha ido regalando.

    Esta tarde, Juan me hizo ese regalo: me abrió la puerta de sus memorias y me las entregó envueltas en emoción sincera. Me llevó de la mano hasta Fataga y me dejó verlo a él mismo, con apenas ocho años, descubriendo la vida.

    Juan nació en un pueblo del interior de la isla y, como tantas familias de entonces, tuvo que marcharse con los suyos al sureste para buscar sustento en la tierra. Desde niño trabajó en los almacenes de empaquetado, hasta que la vida, poco a poco, le fue mostrando otros caminos: cobrador de guagua, primer bodeguero de la isla, camarero en tiempos revueltos, cuando la huelga de hostelería sacudía al sur. Siempre con empeño, siempre queriendo aprender y crecer, siempre soñando con ofrecer a sus hijos un futuro mejor. Y así llegó a ser metre.

    Hoy, cuando lo miro, veo mucho más que su historia de esfuerzo: veo un ejemplo vivo, un hombre que convirtió la fortaleza en sonrisa, el trabajo en buen humor, la vida en un constante ánimo para los demás. Y por eso lo admiro.

    Aún puedo ver en su mirada el mismo brillo de aquel muchacho que salía del trabajo, con la cartera cruzándole el pecho y su uniforme impoluto, corriendo a la puerta del almacén de tomates en busca de la chica de sus sueños. Esa chica, todavía lo mira con amor al otro lado de la sala después de toda una vida juntos.

GRACIAS, Juan y Nina.