domingo, 7 de marzo de 2021

Antonia quería ser maestra de escuela.

             


           Antonia me recibe en su casa con una sonrisa, las manos mojadas de estar lavando en la pileta porque "la rebeca se me manchó de pintura y, si no restriego, no sale la mancha". 

            El recorrido por la casa hasta la cocina es como pasear por un museo. Los cuadros, pintados por ella, se exponen por todas las paredes enseñándome a la Antonia cercana, humilde y sensible que me habla. Voy conociendo a su familia a través de las fotos de la galería y su hija, desde el patio de luz, nos recomienda, tan simpática como la madre, que no pisemos por lo mojado.

            92 años de vida dan para mucha experiencia, así que Antonia decide empezar por el principio, cuando le pregunto por el colegio. 

            "No, eso del colegio vino más tarde. Yo fui a la escuela, en La Ladera. Mi padre me dejó allí con un banquito chico de madera debajo del brazo, la cartilla y un lápiz. ¡Qué miedo tenía! Entré en aquel salón y había un montón de chiquillos sentaditos y en silencio pa escuchar la lección. Me di cuenta entonces de que el banco no era para sentarme sino para usarlo de pupitre y allá que me senté en el suelo. Así fue mi primer día; pasé miedo al principio, pero luego me encantó".

            Y debió gustarle mucho porque me recitó de carrerilla el primer poema que aprendió en la escuela.

            "Es de Calderón de la Barca, muchacha. Se me metió tanto en el tino que ya nunca se me olvidó".

            Ella continúa hablando, sin necesidad de escarbar mucho en la memoria, pues pareciera estar viviendo esos momentos en el mismo instante que me los relata.

            "Yo quería ser maestra, pero me salí de la escuela con catorce años para colocarme de sirvienta en una casa de Las Palmas. Bueno, a la Señora le gustaba decir mi criada (y arruga los morros cuando lo dice), se sentía grande al decirlo así y no sé muy bien por qué porque ella ni tan rica era, solo era la mujer de un comandante. Se ve que repitiendo todo el rato lo hace la criada, ahí está mi criada, ella se sentía mejor consigo misma, pero lo que era yo tenía unas ganas tremendas de largarme pa mi casa.

            Mi padre me consiguió el puesto después de que la Señora perdiera a la antigua sirvienta. Manuela se había marchado para casarse y hacer su vida en Marzagán y a mí me tocó heredar su cuartito en lo alto de aquella casa. Una camita y una sillita tenía yo para acomodar mis cuatro cosas. Eso y un montón de corriente fría que entraba en aquella habitación que daba al hueco de ventilación de la casa. Nadie sabe el frío y los sustos que yo pasé allí cada noche oyendo los ruidos de la azotea. Aquella casa pegaba a una de prostitutas y no había noche en que algún visitante saliera por patas cruzando de una azotea a la otra, huyendo de la parienta, de la policía o de la vergüenza ¡vaya usted a saber!, pero a mí los sustos no me los quitaba nadie. Y claro, a las cuatro de la mañana me habilitaba para ir a hacer la cola para comprar el pan con aquel sueño, aquel susto y aquel frío metido adentro que de verdad que yo no sé cómo no salía corriendo de nuevo pal Ingenio. En casa no había mucho, la verdad, pero una no pasaba aquellas penas tampoco.

            Tres meses, que se me antojaron un año entero, estuve yo en aquella casa. Manuela llegó una mañana con su bolsito debajo del brazo y con una cara de pena tan grande como el luto que llevaba puesto de pies a cabeza. No llegó a casarse; su novio se  mató en un accidente del que nadie supo más que del cadáver y de las grandes pérdidas de tomates regados por el camino al volcar el camión. Me dio una lástima terrible y no iba yo a negarle recuperar su trabajo si era lo único que le quedaba a la pobre. 

            Esa misma tarde salí de vuelta pa Ingenio. Era el año 1942. Pero tampoco esta vez se me cumplió el sueño de ser maestra porque había que ayudar en casa. Trece hermanos éramos y cada uno aportaba lo suyo y yo me fuí al empaquetado de tomates con mis hermanas."

            Antonia me cuenta, con una memoria envidiable, una historia detrás de otra. Cada cierto tiempo, nombra a alguien y la siento suspirar y murmurar "que en paz descanse". Pausa el relato brevemente, dedicando un pensamiento a la persona que añora y lo espanta diciendo "bueno, a lo que iba" y continúa hablando con su voz sincera y con una alegría de vivir tan difícil de encontrar hoy en día.

            La miro, la escucho y admiro su fortaleza. Solo puedo pensar en su sueño "yo quería ser maestra" y, sin duda alguna, puedo decirle a Antonia que hoy ha sido mi maestra y que todo el que la rodea puede y debe aprender de ella. Sus historias, su conociemiento, lo vivido, su filosofía y saber estar son una gran lección y ejemplo que no deben caer en el olvido. Ojalá, Antonia, se nos metieran en el tino más cosas como las que usted me cuenta y, como bien dice, dejemos tanta bobería como hay hoy en día.


         Gracias, Antonia Hernández Olivares


11 comentarios:

  1. En algún momento de la vida, nuestros sueños se cumplen.Gracias Yudy!!!

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  2. No me puede gustar más yude... estas pequeñas cosas nos hacen reflexionar y darnos cuenta de que la vida es ya y ahora... quizás mañana sea demasiado tarde . Estamos tan preocupados por el mañana, que no estamos disfrutando el hoy... Antonia, sin saberlo, ha sido maestra de muchas personas que están a su alrededor y les ha enseñado quizás las lecciones más grandes sin ser consciente de ello

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    1. Y eso es lo más bello de todo, Rebe. Ella sin saberlo, da grandes lecciones de vida♥️

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  3. Cuánta razón amiga, tanto en lo que escribes como en lo que nos cuenta Antonia. Si fuésemos capaces de vivir y ya mañana será otro día. Muchísimas gracias Yudi por traerme al presente con tus escritos.

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  4. Maravilloso 😘😘, como con todo lo que nos presentas.

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  5. Que cortito se me hizo leerte. Queremos más anécdotas de Antonia.

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  6. Que bueno, gran maestra Antonia de vida, seguro que tiene mil anécdotas con las que no aburrirse, al final sin saberlo cumplió su sueño. Maravillosa Yude como siempre

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