domingo, 12 de septiembre de 2021

Manolito, el de los burros

 

 

     31 de octubre de 1954, Manolito lleva los mulos cargados desde Los Llanos hasta Tazacorte. La obra de la casa avanza rápido y la familia requiere más material para echar el último techo. Estos días Manolito y sus mulos tienen bastante trabajo y la cosa no está para menospreciarlo aun siendo víspera de “los muertos”.

        Lleva hoy dos viajes y ya está cargando el tercero. Ha dejado descansar a las dos mulas viejas y para éste cogería a los dos machos jóvenes que, recién comidos y bebidos, no pondrían resistencia para traerlo de vuelta subido al lomo.

        En casa, como en todo el barrio de La Laguna de los Llanos de Aridane, todos preparan los ramos de flores para enramar el cementerio y la cruz de la montaña de La Laguna y montan la jarana de la noche. El no ha parado en casa siquiera para almorzar; se ha llevado el zurrón y, bajando del segundo viaje, hizo una parada, echó dentro un puño de gofio, un chorro de agua, un fisco de vino y amasó bien contra el muslo hasta que la pella estuvo a su gusto. Tenía las manos sucias así que iba cortando rebanadas con el naife y se las echaba directas a la boca mezclándola con trozos de queso curado y ahumado que la buena de Amparo, su mujer, le había metido en la talega. ¡Bien le supo!.

        A puntito estaba de salir cuando pasaron a su lado Bartolo y Pepe, sus compadres que, al verlo aún con la tarea, se le acercaron.

    • Pero, Manolo ¿aún faenando?

    • Oh, pues es lo que toca hoy, Bartolo.

    • ¿Y aún no ha ido usted al cementerio a visitar?

    • Mañana voy yo, Pepe, que hoy la faena es mucha todavía.

        Y con estas palabras los despidió, porque nadie más que él tenía ganas de acabar y unirse al tenderete de la casa, echarse unos rones y arrancarse con unas décimas para animar la fiesta. ¡Nadie como Manolito, “el de los burros” para improvisar unos versos!.

        Llegó a Tazacorte, descargó y la cara le dio la vuelta cuando Genaro, el dueño de la casa, le pidió material para el día siguiente.

    • Manolito, me da pena pedírselo, pero ahorita nos dimos cuenta de que nos quedamos sin tejas y es que no avanzamos sin ellas. Se las puedo pedir a Justino, pero entre que voy a buscarlo y él va y viene de Santa Cruz, pierdo el día de trabajo.

    • No se hable más, Genaro, mañana le traigo yo las tejas pal techo, pero hasta después de las fiestas naita más ¿oyó?.

        Con ese pesar volvió a La Laguna, se unió a la jarana y, entre lingotazos de ron para calentar la garganta, improvisó unas décimas cargadas de recuerdos de su tiempo en Cuba trabajando en los cañaverales, de su vuelta a La Palma y la compra de su primer mulo, de los días interminables cargando para otros y, por último, los más bellos y sentidos, para su familia presente y orgullosa de oírlo versear. Se fue a dormir pasada la medianoche con el jolgorio aún en el cuerpo y las ánimas ya danzando festejando el día de los difuntos y él rezongando antes de tirarse de boca sobre la cama.

    • Ay, Manué, ¡¿quién te ha visto y quién te ve?! Si no fuera por tus versos, Manué, serías más mulo que esas bestias que te dan de comer. Allá, en Marianao, eras el Rey de las cañas y aquí, en La Palma, eres el Rey de los mulos. Pero que nadie te quite, Manué, que en los dos sitios eras y serás el Rey de los versos.

        Por la mañana, con el cante de los gallos, Manuel “el de los burros”, preparó a sus dos mulos más fuertes, cargó de tejas las alforjas y subió a lomos del más joven de los dos. Aún no le había dado la orden a la bestia para comenzar a andar cuando el perro de Bartolo, un can de mil mezclas enclenque, más ladrador que mordedor, salió corriendo y ladrando directo a ellos. El mulo se asustó, brincó con Manuel aún a cuestas y salió corriendo. Iba y volvía sobre sus pasos como loco, como queriendo ahuyentar al dichoso perro y callarlo.

        Manuel cayó al suelo de tierra y, cuando la nube de polvo se disipó, el perro finalmente calló. Las tejas quedaron hechas añicos y, entre el desastre de trizas de cerámica, el cuerpo sin vida de Manuel. En su huida, aquel mulo le habia pisado varias veces en zonas vitales y ahora, mirando al suelo, lamía la sangre que brotaba de la cabeza del amo.

        Aquel día, uno de aquellos mulos que le ayudaron a levantar su vida en su isla natal, se la había arrebatado también. Al final, Manuel “el de los burros” sí que fue al cementerio con el resto de ánimas el día primero de noviembre de 1954.

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Lady Yu

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