jueves, 11 de marzo de 2021

Maestro Pepe

 

              Vamos de camino al taller de reparaciones, que es como él llama al médico. No he necesitado poner la radio en ningún momento; Pepe ameniza el trayecto hasta Las Palmas con el relato de su vida. Aprovechando que hoy cumple 81 años, conversamos haciendo repaso de sus raíces.

            “Yo nací en Tirajana, nos fuimos pa Temisas y allí estuve hasta los once años más o menos, después nos vinimos para el Doctoral. Ya después me casé y aquí me quedé. Lo que te quiero decir es me moví más que una caja de turrones”. Pepe se ríe en cada ocurrencia y me saca la sonrisa de paso. No puedo evitar preguntarle por la escuela y su respuesta llega, como es costumbre en él, con una sonrisa.

            “Iba a la escuela a ratos, cuando podía, porque había que atender los animales y la tierra y yo era el mayor de los varones. Aprendí las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. ¡Y se me daban bien las matemáticas! Hacía las cuentas gordas con el tino y era rápido, no te creas. Ahora no, ahora ya tengo que coger la máquina pa asegurarme, pero ¡qué me encantaban a mí los problemas! Y mis hijos salieron igualitos; son espabilaos pa las cuentas.

            Más adelante, cuando ganaba más duros, sí fui a la escuela por las noches en el Doctoral. Era del Estado, pero había que pagarle al maestro 5 pesetas, no recuerdo si a la semana o al mes, pero de que había que pagarle era así, seguro. Desde que cobré mi primer sueldo, que fue de 11 pesetas, me fui a apuntar a la escuela pa aprender un pisco más”.

            En mi cabeza, mientras Pepe habla, se me viene la imagen de un joven orgulloso con la paga en la mano y matriculándose en la escuela nocturna. Pero me sorprende de nuevo cuando, con naturalidad, me dice que “yo ahí tenía 11 años ya, pero como era alto y espabilao enseguida me pusieron a hacer trabajos de hombre”. Mi cara debió ser poética, porque él me mira y siente la necesidad de explicarse.

            “Antes las cosas no eran brillantes, ¿sabes? había que trabajarlas, y mucho. Todo lo que se ganaba estaba bien sudado y trabajado desde temprano por la mañana y mientras hubiera faena, de lunes a sábado sin parar sino pa comer. Yo con esa edad amarraba tomateros, segaba hierba...lo que fuera que me dejaran hacer. El boyero me vio un día segando, se me quedó mirando embobao y me dijo: oiga, maestro Pepe, usted maneja la hoce que da gusto. Y así pegué a trabajar como un hombre. Bueno, a cobrar como uno, porque yo ya me deslomaba desde hacía rato. Me subieron el sueldo a 16 pesetas”.

            Me queda magua de dejar la historia a medio así que acepto la invitación a café y entro en la casa. Se oye de fondo el canto de un pájaro que, al oír la voz del amo grita: Pepe, ven. El agapornis anda suelto por la casa y trepa hasta posarse en la cabeza de mi interlocutor. Me mira como si supiera que están hablando de él.

            “A mí nunca me han gustado los animales dentro de la casa, porque después le pasa algo a la criatura y uno se queda maguao. Pero éste nos tiene chiflaos. Una vez mis hijos se trajeron de la finca dos pichones; yo no sé si eran macho y hembra, pero se llamaban Palomo y Paloma. Pues se murieron. Y otra vez metieron un gatillo chico que se encontraron en la calle y lo criaron a biberón; era un bandío y se metía en todos lados. Y así fue que un día se metió dentro de la rueda del coche y lo maté sin querer. Conchale, me quedé mal con eso. Así que ahora estoy por apuntar al pájaro en la funeraria también”. Nos reímos y le digo que envidio su sentido del humor y, de nuevo, me devuelve palabras de enseñanza. “Oh, ¿y qué le vamos a hacer? En esta vida uno disfruta lo que puede y sufre lo que le viene, eso es así”.

            Tiva, su mujer, se sienta con nosotros. Me cuentan que en unos días harán 50 años de casados. “Más diez de novios, no te olvides. Que antes no era como ahora. Nos veíamos solo los domingos y dábamos vueltas y más vueltas alrededor de la iglesia, siempre acompañados de una prima de ella. A veces también algún jueves pero, si era época de zafra y ella estaba trabajando, me jeringaba y solo la veía el domingo. Y así estuvimos todo ese tiempo; trabajando y juntando pa tener algo. Por ese entonces, yo ya tenía un socio y trabajábamos en la machacadora. Yo quería casarme, pero también quería hacer las cosas bien. ¿Sabes? Hay un refrán que dice que al ladrón y al enamorado siempre les llega su momento”. Pepe me guiña el ojo y mira a Tiva; ahí hay amor del bueno.

            Llegó el año 1958 y ese sur se empezó a mover mucho y el trabajo en la machacadora aumentó. Pude ahorrar unas perras pa comprar un solar y, pisco a pisco, fabriqué una casa, eché los techos, me casé...en fin, que la cosa iba bien y decidimos comprar el primer camión pa la empresa pagado a plazos. Ahí despegué.

            Nunca tuve prisas por las cosas, para mí lo principal era que se hicieran bien. Ahora no se mira si las cosas están derechas y cambás, y yo pienso que hay que mirar bien lo que se hace. Más vale hacer las cosas bien desde el principio, aunque te cueste más. Así nadie puede venir a lavarte la cara ni a decirte nada. Siempre le he dicho eso a mis hijos y espero que así sigan, porque así sabré que se sienten orgullosos de su padre.

            Yo no nací rico, ni lo soy. Todo lo que tengo me lo trabajé. A veces me sonrió la vida, lo aproveché y seguí adelante, pero también te digo que nunca me dediqué a botarla. Siempre me preocupó llegar a viejo y tener algo pa vivir tranquilo. Por suerte, ahora vivo tranquilo. Yo con eso soy feliz. Porque al final, lo que uno quiere es eso, tranquilidad”.

            Me quedan pendientes un montón de historias por escuchar de boca de Pepe, pero no dudo de que vendrán más charlas, más risas y más de esos refranes sabios. De momento, sé con seguridad que en la mirada de Tiva veo orgullo ante la honradez de su compañero de vida y yo me contagio de ellos y mi respeto crece. No puedo hablar por sus hijos pero, a buen seguro, habiendo tenido esta escuela de humildad, habrán sufrido lo que vino y disfrutado lo que han podido al lado de sus mejores maestros.

             Los tiempos, mejores o peores, tienen sus cosas buenas y malas. Lo importante en todas ellas es la resiliencia de las personas, saber salir adelante a pesar de todo, contra todo, aprender y seguir caminando. Felicidades, Tiva y Pepe, por estos 60 años de amor, lucha, constancia y de andadura siempre de la mano.




Gracias José Gil Ramos



13 comentarios:

  1. Precioso Yudy, debemos aprender de los mayores, las cosas hay que hacerlas bien desde el principio.

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  2. No me puede gustar más !! Tenemos tanto que aprender de ellos!!

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  3. Precioso mi niña tú lo sabes 😍😘

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  4. Precioso❤️
    Esa admiración es muy valiosa

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  5. Bueno,que te digo yo Yudith que siempre me rodeado de los más viejos del pueblo y cada día aprendo cosas diferente y todos me dicen y me decían las cosas hay que hacerla bien.gracias sobrina precioso.

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  6. Bravo Yude, si les prestaramos más atención aprenderíamos mucho más que yendo con las prisas que vamos hoy en día. Grandes nuestros mayores. Más grandes contadas x ti. Me rechiflas.

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    Respuestas
    1. Ains, si yo no me canso de repetirlo. Y así lo creo de verdad. Gracias Nati♥️

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