sábado, 2 de enero de 2021

Pico, pico, gorgorito

      


     Mi abuela me mandó a la tienda a por una botella de refresco. Por aquel entonces, las botellas eran retornables, de cristal muy duro y grueso y yo la llevaba bien agarrada debajo del brazo.

     “No corras, que te caes”, me había advertido ella antes de salir. Pero, conforme cerró la puerta, a mí se me olvidó el aviso y caí rodando por las escaleras y de la botella solo quedaron un montón de vidrios rotos por los escalones y el vago recuerdo del olor pegajoso del sabor a naranja.

     La primera en salir fue Eulogia, que vivía en el bajo. “Demontre chiquilla, fuerte susto me diste". Y, mientras ella se desahogaba porque “se desaló toita”, yo me preguntaba si me ayudaría a levantarme del piso. Pero no. Caerme rodando por la escalera, estallar una botella de Clipper de culo gordo y reducirla a perdigones que se me clavaban en la mano le había provocado tal shock que a mí no me daba derecho a pedirle socorro. Así que esperé aquellos eternos segundos hasta que llegó mi tía Olga oyendo aquel pitido que salía de la boca carnosa de Eulogia, pintada de un rojo vivo, tan vivo como la sangre que brotaba de mi mano.

     “Ay, muchacha, te hiciste un cristo”. ¡Menos mal que Olga sabía siempre cómo arreglar las cosas! Me llevó a casa, me lavó la mano, sacó los cristales clavados y aguantó con paciencia mi llanto histérico y el moco indeciso sube y baja de la nariz.  Yo no quería mirar; no sabía si vomitar o desmayarme, así que huía y me alejaba, apartaba la cara como si con aquel gesto la mano ya no me perteneciera y el dolor fuese a desaparecer.

     “Chacha, no huyas, mira para aquí"

     “No, que seguro me corté todos los dedos y ahora se me van a caer”. Y yo, con la boca mellada por la reciente caída de las dos paletas, imaginaba la mano como puro muñón y resoplaba el moco más fuerte aún.

     “No, mira, están todos en su sitio”. Y con la paciencia de una bendita, pellizcaba suavito uno a uno los dedos cantando aquello de

     «Pico, pico, gorgorito,

     Salta la vaca de veinticinco,

     Tengo un buey que sabe arar...»

     Con cada pellizquito, me devolvía un dedo a la vida. Con cada pellizquito, se iba un poco más el susto. Con cada pico pico, recuperé el ánimo y con cada gorgorito, volví a mirar mi nueva mano lavada y llena de tiritas. Conté con ella una última vez todos mis dedos y salí de nuevo a la calle, despacito esta vez, a por aquella botella de refresco.

     Hoy, miro las marcas de aquellos cortes en mis dedos. Los acaricio y no duelen sino que cantan y el roce me devuelve a los 6 años, al pico pico, gorgorito.




4 comentarios:

  1. Qué bonito Yudy!!! Gracias por transportarme al pasado. Dulce pasado.

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  2. Recuerdos que siempre quedaran en nuestro corazón. Los vivimos con añoranza, aunque te hayas caido y cortado.

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