viernes, 18 de septiembre de 2020

La mirada de tía Josefa

    



     Fui a ver a tía Josefa pocas semanas después de fallecer mi abuela. Sabía que estaba muy afectada, pero también estaba convencida de que le haría bien la visita. 

     Entramos, como de costumbre, por la tienda de mi prima Pino que, a falta de muchas cosas en Las Vegas, hacía las veces de piscolabis, billar y punto de encuentro para el jolgorio y novelerío vecinal. Creo que nunca usé la entrada principal de la casa; el acceso por la tienda era más divertido a la par que rápido. 

    Subía las escaleras seguida de mi padre, llenando de voces el camino para alertar de la llegada y que tía Josefa no se asustara. "¡Voy!", gritaba desde la cocina, "¡ya voy!". Y llegó al umbral de la puerta al tiempo que yo comenzaba a subir el último trecho de escalera.

     Se secaba las manos con el delantal cuando levantó la cabeza y gritó "¡Juana! ¡Juana, hermana!". Yo miré hacia atrás, buscando respuestas en los ojos de mi padre y, por si acaso, revisando los rincones no fuera que llevara un fantasma a cuestas.

     “No, Josefa, no soy Juana. Soy la nieta”, le dije con cariño. Sus ojos parecieron no entender pero, de repente, se excusó porque “Ay, muchacha, es que esta luz me tiene ciega perdía y ya ni sé lo que veo”. 

    Pasamos hasta la cocina, como de costumbre y, para no variar, nos saludó el loro desarretado, posado en un palo, del que no recuerdo el nombre pero cuyos chillidos de "¡yo no fui, yo no fui!" aún me chirrían en los oídos.

     Ella sirvió café y sacó la lata de galletas que siempre tenía guardada para las visitas. Habló, preguntó, rió y, para mi sorpresa, cuando nos despedíamos, reparó en una antigua fotografía donde posaban dos jóvenes sonrientes.“¿Te acuerdas de este baile?”, me preguntó.

     Miré sus ojos. Brillaban. Volví la vista a la foto y reconocí en el rostro de mi abuela las facciones de mi cara. Miré sus ojos. Seguían brillando. “Sí, claro que me acuerdo”, mentí.“No tardes en volver”, suspiró. 

    Marché, sabiendo que sus ojos seniles me seguían tranquilos al fin por la visita de su hermana, anclados ya para siempre en aquella época donde “las mocitas” salían al baile vestidas de domingo y esperaban a que algún pretendiente las sacase a bailar una pieza. 

                                                Yudeyna Santana

10 comentarios:

  1. Precioso Yudy, una mirada nos puede transportar al pasado

    ResponderEliminar
  2. Preciosa historia amiga!! Que bonito eso de visitar a una tía o abuela y que te saquen esas galletas pasadas en mucho de los casos pero ricas por dios 😋😂 😂😂 sigue así, estoy muy orgullosa de ti yudi.

    ResponderEliminar
  3. Ay yude... es tan emotivo cuando ven en nosotros a alguien que ya no está... parece que así la pérdida no desconsuela tanto

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí Rebe, es emotivo, aunque choca hasta que te acostumbras. Recordando ahora, se ve distinto, se aprecian los detalles que en ese momento se escaparon.

      Eliminar

Lady Yu

Lamento de un elemento

          El pico rompía la piedra con la fuerza que le daba aquel brazo ya cansado, agotado y hambriento del hombre que lo usab...